Lee atentamente el siguiente relato:

 

El fan
Diego E. Gualda

Lo gastaban. Lo gastaban todo el tiempo. Lo gastaban mal. Lo gastaban los parientes. Lo gastaban los amigos. Lo gastaban los compañeros de trabajo, tanto los superiores como los subalternos. Aunque, admitámoslo, hasta cierto punto se lo había sabido ganar.
Raúl era un fanático de Viaje a las Estrellas. Un trekkie, el único neologismo para denominar a una estirpe de fans enfermizos que figura en el diccionario; dato que no se cansaba de proclamar con cierto orgullo, con cierto inexplicable sentido de pertenencia.
Pero el problema no era su condición de fan. Porque el trekkie no es un fan común y corriente, que se dedica a sentarse frente a la tele una vez por semana, a la hora señalada, para disfrutar de un episodio estreno de su serie favorita. El trekkie va un poco más allá. El fanático de Star Trek, pasado de rosca, ejerce el coleccionismo de los objetos más absurdos (adquiridos a precios completamente irracionales); controla uno o varios sitios de Internet, foros o listas de correo electrónico dedicados al tema; no duda un segundo en vestir su uniforme de la Flota Estelar en cuanta ocasión sea propicia (e, inclusive, en ocasiones que no lo son) y cita a James Tiberius Kirk, las Leyes de Adquisición Ferengis, la ópera Klingon y los reglamentos de la Orden Obsidiana con la naturalidad de quien cita la letra de algún viejo tango.
Y, obviamente, lo gastaban. En el trabajo, lo llamaban Capitán. Los amigotes del barrio, que lo conocían de chico, mucho antes de que aparecieran La Nueva Generación, Deep Space 9, Voyager y la más reciente Enterprise, lo apodaban «señor Spock». La esposa, en los momentos de mayor ternura, lo llamaba «mi osito romulano» y en mitad de las más feroces peleas, directamente lo llamaba «enfermo descerebrado» y lo acusaba de estar en ese estado por obra y causa de la más genial creación de Gene Roddenberry.
Pero Raúl no se dejaba amedrentar y seguía comprando por Internet cuanta ridiculez se le cruzara que tuviera alguna remota conexión con la serie de sus amores; seguía administrando su sitio web; seguía interviniendo en los tres foros a los que estaba suscripto… seguía ejerciendo su trekkismo sin ningún sentimiento de culpa, y con la firme convicción de que el mundo de paz y entendimiento entre los hombres que proponía la serie, ese universo donde el ser humano se había vuelto más —justamente— humano, era completamente posible.
Obviamente, su prédica de paz y comprensión universal, sus apreciaciones sobre la Directiva Primaria y su moral futurista no lograban más que valerle más cargadas. Pero a Raúl no le importaba. El seguía vociferándole a quien quisiera escucharlo que «Star Trek existe, en el corazón de cada hombre, mujer y niño que anhele un mundo mejor».
Un día, había ido a la oficina con un notable pin comunicador de la Flota Estelar prendido del saco, lo cual le había costado que su jefe se mofara de él al grito de «¿Y esa mariconada? ¡Mírenlo, al Señorito, usando prendedores!»El.fan
Sin embargo, había decidido no tomarlo en serio. Era un día muy especial para él y no iba a permitir que el inepto de su jefe se lo arruinara. Se suponía que ese día, el correo le entregaría la pistola phaser, igualita a la del Capitán Jean Luc Picard en la película Nemesis que acababa de comprar. Y estaba justo en mitad del proceso de soportar estoicamente los embates de su superior, cuando un cadete apareció con la caja.
Su sonrisa de oreja a oreja dejó atónito al jefe por unos segundos. Haciendo de cuenta que el maldito supervisor no estaba ahí, empezó desenvolver su recientemente adquirido tesoro y quedó admirado, casi emocionado, ante la belleza del arma que sostenía entre sus manos.
El jefe estalló en carcajadas. Varios compañeros de trabajo, al ver la situación, se sumaron hasta convertir el lugar en una risotada generalizada. Raúl entonces apuntó el phaser a su jefe y disparó.
No había notado que el arma estaba configurada para su máxima potencia, por lo que el rayo rojo que salió de ella hizo que el hombre no sólo dejara de reír, sino que se desmaterializara de inmediato, esparciendo sus moléculas en varios metros a la redonda.
Repentinamente, todo fue silencio en la oficina. Sin saber qué hacer, reaccionó de manera instintiva: tocó el comunicador prendido a su pecho, que respondió con un sonoro «chirp» y dijo con voz firme «Energize!» .
Lo envolvió una marejada de luces azules. Un rayo transportador, de alguna desconocida nave estelar (¿quizás el mismísimo Enterprise?) lo sacaba de su martirio para llevarlo a algún otro lado.
Y nadie, nunca más, volvió a escuchar una palabra acerca de Raúl.

 

Actividades

1. Según el relato, ¿es lo mismo ser considerado fan que treekie?
2. ¿Qué características debe poseer una persona para ser considerada un treekie? Enumera todas las que encuentres.
3. ¿Cómo tomaban las demás personas el que Raúl fuera un treekie? ¿Cómo lo trataban? Ejemplifica.
4. ¿Cómo lo hubieses tratado? ¿Por qué?
5. ¿Qué características puedes mencionar sobre Raúl?
6. ¿Qué valores predicaba?
7. ¿Por qué motivos Raúl apunta y dispara a su jefe con el phaser? ¿Qué intenciones tenía? ¿Qué error comete al hacerlo?
8. ¿Qué ocurre finalmente con Raúl?
9. Por lo visto en clase, este es un cuento de Ciencia Ficción, ¿por qué?
10. ¿Cómo lo clasificarías?

Quizás también te interese leer…

1 Comentario

  1. El cuento esta mí bueno pero al final de las actividades deberian estar resueltas

    Responder

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Por razones obvias, no enviamos las respuestas de las actividades.