El mate frustrado

Lee atentamente el siguiente relato:

 

El mate frustrado
Max Duplan

   -Aunque usted Duplan me tome por ser un ser rutinario, le diré que no creo mucho en esos crímenes llamados psicológicos. Tampoco en los que se resuelven con el auxilio de esa rama del saber. Sigo siendo partidario de las investigaciones a base del mayor acopio de datos, rastros, huellas y antecedentes; no solo de la víctima, sino también de las personas involucradas en el caso.
-De modo amigo Zelaya, que usted debe de haberse formado un concepto bastante pobre de los pesquisantes de novela. Así como de nosotros los escritores que le damos vida -le dije con algo de disgusto- y proseguí. Sin embargo, no me va a decir a mí que lo conozco desde hace tan largo tiempo que, en su larga carrera, no le ha tocado intervenir en algún caso con esas características y resolverlo con auxilio de la psicología.
Estábamos sentados otra vez más ante una mesa de un bar cercano a la jefatura de la policía de Jujuy. El mozo acababa de servirnos la tercera vuelta de café y el descomunal cenicero al que estábamos por así decirlo, abonados, rebosaba de puchos y de ceniza.
Dicen muchos que soy un tipo algún año retraído, poco afecto a crearme amistades. Sin embargo, a nadie extrañaba en Jujuy ver juntos muy a menudo, casi siempre sentados a la mesa de una confitería o de un bodegón, a dos individuos de aspecto y de modalidades tan dispares como éramos Zelaya y yo.
Esa vez, como tantas otras, nuestra charla había comenzado sobre temas intrascendentes para terminar como no podía ocurrir de otro modo, en el tratamiento o en la discusión, a veces algo acalorada, de asuntos que atañían directamente a su profesión: la de pesquisante, o sea la de investigador. O la de comisario inspector como figuraba en su legajo. Después de escucharme con alguna atención, pareció estar dispuesto a negar la posibilidad, sin embargo, prefirió guardar silencio un largo rato. Luego hizo una acertada observación acerca de las bien contorneadas piernas de una muchacha que acababa de pasar por la acera y encendió el enésimo cigarrillo. Al final, dándose cuenta de que yo no estaba dispuesto a cambiar de conversación hasta salir con la mía, resolvió capitular. En realidad, para darle el gusto y en parte la razón, sucedió. Tengo en mi haber algo así como dos o tres casos de poca monta en los que, con bastante buena voluntad, podría decirse que intervino la psicología. Se detuvo un rato y como eligiendo mentalmente, prosiguió:
-Si es que no está usted muy apurado, puedo tratar de acordarme del asunto que en su momento, yo di en llamar: el caso del mate frustrado.
-No, no tengo ningún apuro Zelaya -le respondí apresuradamente antes de que tuviera tiempo de arrepentirse agregando- ¿Se trataba de algún problema ajedrecístico?
– ¡Ya verá, ya verá! No sea impaciente -repuso socarronamente y comenzó:
– ¿Supongo que usted sabe dónde queda el almacén de don Trimarco? Uno que está situado sobre la mano derecha del camino a Reyes, a casi tres kilómetros de aquí. Ese que tiene un gran letrero que dice: “Almacén La Vella Bista”.
Y yo les aclaro que bella está con “V” y vista con “B”. El mismo, de paso, aunque no tiene nada que ver con él asunto, sabrá que don Trimarco es un tipo bastante instruido y que la falta de ortografía las hizo colocar a propósito para atraer clientes y que lo consiguió.
-No, no sabía -le contesté, aparentando desinterés en el detalle para evitar que se desviará de su narración-.
-Bueno, unos doscientos metros más adelante, pero sobre el otro lado del camino, se encuentra el chalet “La Rosita”. Lugar donde ocurrieron los hechos de autos, como decimos en nuestra jerga. Es una edificación que se desarrolla en bastante poco terreno y para permitir mayor desahogo al jardín, la levantaron en dos plantas. Arriba un par de dormitorios y el cuarto de baño; y en la planta baja, el living comedor, la cocina y un recinto auxiliar de aseo aparte del garaje. En esa casa vive, o mejor dicho vivía en ese entonces, un matrimonio formado por Luís Ortiz y Patricia, su mujer, hija de los Tovar, una pareja de jubilados de no sé qué oficina pública. Esta Patricia, recuerdo que cuando chica, era una mocita que prometía bastante. Hermosa como un sol, una morocha pispireta de ojos de fuego, aun cuando no se le conocieran amoríos, pues los viejos Tovar la cuidaban bastante. Al igual que al resto de sus hermanos. Se casó como dije, con Ortiz, un representante viajero de algo así como fábricas de conservas y otros comestibles envasados. A quien le iba bastante bien en su negocio y profesión, la casa y el coche los tenían íntegramente pagados. Los muebles y adornos eran de buen gusto y calidad. Y a su mujercita no le hacía falta nada, y según el decir de la gente, la adoraba. La adoraba con sostenida constancia a través de los ocho años de casado que para esa fecha habían transcurrido. Luis en ese entonces se estaba acercando a los 50 años y Patricia estaba a un corto paso del codo de los 35. Esa difícil edad de la mujer que se hace mucho más complicada cuando no se tienen hijos y cuando el marido es bastante mayor.
-Y cuando por la profesión del varón, la mujer debe quedar demasiado tiempo sola -agregué filosóficamente-.
-¡Exacto! -aceptó Celaya- Bebió un sorbo de café medio frío, fumó un par de pitadas y siguió:
-Trataré de abreviar. Aquel día del invierno pasado, pronto se cumplirá un año. Luis regresó a su hogar después de una de esas giras periódicas que acostumbraba a realizar. Eran cerca de las cuatro de la tarde y según la afirmación de algunos vecinos, marido y mujer se besaron cariñosamente en el porche al salir ésta a recibirlo. Una hora después, reaparecieron ambos en el porche, se dieron un beso cinematográfico y Patricia muy paqueta y coquetona, tomó en la esquina el ómnibus hacia aquí. Durante ese lapso de una hora, todo parecía indicar que luego de estar arriba juntos un rato, Patricia lo dedicó a emperifollarse mientras su marido se cebaba unos mates en la cocina, que acompañó con bizcochitos fabricados por su amante cónyuge. Al bajar aquella, convinieron en que Patricia, cumpliendo con el compromiso contraído con sus parientes, comería y dormiría en casa de sus padres y que Luis se las arreglaría con una cena fría a preparar con la abundancia de ingredientes guardados en la heladera. Al parecer, Luis adujo estar muy cansado después del viaje y pidió a Patricia que lo disculpara ante la familia de ésta por su inasistencia al cumpleaños u otra fiesta semejante que se iba a efectuar. Patricia llegó sin tropiezos, corto rato después, a la casa paterna. No abandonándola en ningún momento, según se verificó, hasta la tarde del día siguiente. En el ínterin a la medianoche casi exacta, una fuerte explosión hizo volar parte del tejado de “La Rosita” y mató a Luis.
-Como usted ya sabe, en la policía estoy a cargo de homicidios y no de explosiones, pero -lo dijo con cierta fatalista resignación- como también soy el hombre orquesta, el jefe me despertó por teléfono a esa bonita hora de una noche heladísima para que me hiciera cargo del asunto. De manera que una hora después, llegábamos yo y algunos subordinados que conseguí reunir en el lugar del siniestro. Haciendo la guardia junto al porche estaba la gente que nos avisara. Munidos de nuestras linternas y ayudados con el potente faro busca huellas de Willis, hicimos una recorrida alrededor del chalet y pudimos constatar que exteriormente la casa no había sufrido daño de ninguna especie, salvo lo del techo y la rotura de los vidrios. No hallamos rastro de artefactos explosivos de ninguna naturaleza, por lo cual llegamos a la rápida conclusión de que la causa se debió a algún escape de gas, cosa que luego resultó confirmada. Para no cansarlo a usted, le diré que echamos abajo la puerta principal de entrada y que una vez dentro del chalet, comprobamos la destrucción del cielorraso y parte del techo de la planta alta. La rotura de todos los vidrios, espejos y cristalería, incluyendo las lámparas y, finalmente como saldo trágico y lamentable, el fallecimiento de Ortiz, el dueño de la propiedad. La muerte lo había sorprendido en pijama, acostado hacia un lado del lecho de dos plazas y en actitud que nos hizo presumir que la explosión se produjo casi en el acto de querer Ortiz alcanzar con la mano derecha, el interruptor de la lámpara velador situada el costado de la cama sobre una mesita. Con la sola excepción de un hilillo de sangre que partía de la comisura de su boca, la víctima no presentaba ningún signo exterior de violencia. Más tarde, el médico comprobó después de la inevitable autopsia, que efectivamente, según habíamos supuesto, el fallecimiento se debió a la explosión del gas. Aun cuando de cualquier manera Ortiz estaba condenado a morir, dado que se le encontró dentro del cuerpo una cantidad suficiente de gas como para verse envenenado por asfixia. La explicación la encontramos enseguida: en la cocina de la planta baja una de las hornallas tenía la llave abierta, también estaba abierta la llave principal. En ese momento, todo el gas del chalet se había disipado, ya sea por la brecha abierta en el techo o a través de los vidrios rotos de las ventanas. De la hornalla no salía gas, por lo que dedujimos que el tubo de supergás que la alimentaba debía de haberse vaciado, cosa que en efecto, así era. También constatamos que en la cabina respectiva ubicada en el jardín, había además un segundo tubo de gas con toda su carga. Para completar el cuadro, le diré que en la pileta de la cocina encontramos dos platos y cubiertos con resto de comida. En la mesa de mármol estaban los recipientes de yerba y de azúcar, a su lado el mate con la bombilla y yerba adentro. Sobre la hornalla de marras estaba una pava con bastante agua, fría ya para ese entonces. Usted sabe cómo se producen los accidentes de esta clase. Una persona está usando la cocina, de pronto se distrae porque alguien ha llamado a la puerta, a la calle o al teléfono. Se olvida del fuego que ha dejado encendido. El agua, la sopa, la leche o lo que sea, entra en ebullición, se derrama y apaga la llama, pero el gas sigue saliendo. El individuo se acuesta a dormir y con la ayuda del gas que está llenando el ambiente, la modorra viene al momento, seguida de un largo sueño que no es otra cosa que la muerte. Agregue que por ser invierno, la casa estaba herméticamente cerrada y que los dormitorios están en la parte alta de chalet, precisamente donde primero se acumula el gas y tendrá el cuadro usted completo, de esta manera como se lo describí.
Al notar que yo me disponía a preguntar algo que se me ocurrió en ese momento, Zelaya me atajó.
-¡No, no! ¡No hubo nada de lo que usted se imagina, Duplan! Las llaves del gas solamente pudieron quedar abiertas por obra y gracias de un descuido de Ortiz, dado que ninguna otra persona pudo haber entrado en la casa, salvo en la forma en que lo hicimos nosotros, porque también descubrimos cosas que olvidé decirle. Todas las aberturas al exterior estaban cerradas por dentro, incluyendo la puerta principal y la de servicio, las cuales además de cerradas con llave estaban trabadas con sendos pasadores de seguridad. Además, todas las ventanas estaban protegidas por robustas rejas de hierro, convirtiendo a la casa en un recinto inexpugnable contra robos de todo tipo.
En honor a la verdad, mi interés por la narración de Zelaya estaba decayendo. Me pareció oportuno, por consiguiente, aprovechar el momento para invitarlo a comer en el Budapest. De manera que media hora después nos encontramos sentados a una mesa de ese restaurant de la calle Alvear, despachando varios platos de nombres raros rociados con vino Mosela a falta de Tocai.
Cuando estábamos dando cuenta del postre, Zelaya me preguntó:
-¿No se le ocurre saber por qué motivo se produjo la explosión?
-La explicación es sencilla -contesté con suficiencia- conozco un poco de electricidad. Posiblemente Ortiz decidió en el medio de su inconsciencia, apagar la luz del velador y al accionar el interruptor se produjo lo que se conoce con el nombre de extra corriente de ruptura, acompañada de una pequeña chispa entre los contactos. Esta chispita bastó para producir la catástrofe.
-En efecto -reconoció el inspector-.
Al terminar su porción de postre, encendió un cigarrillo y prosiguió. Las cosas habrían quedado así, sin complicaciones desde el punto de vista policial, de no haber sido porque a la compañía de seguros se le ocurrió intervenir.
-¿La compañía de seguros? –interrumpí con extrañeza-.
-Sí. La compañía Fidelis S.A.
-¿En ella estaba asegurada la propiedad?
– La propiedad no. Fidelis se ocupa exclusivamente de seguros de vida y accidentes. Ese mismo día por la tarde temprano, el gerente don Raúl Castro fue a mi despacho y sostuvimos una larga conversación. Sucedía que Ortiz poco meses antes del verano. Durante una temporada de ausencia de su mujer que veraneaba en mar de plata, decidió tomar un seguro de vida sobre sí a favor de su esposa por una fuerte suma, nada menos que por dos millones de pesos.
-¡Uf! -solté sorprendido-.
-Y como usted comprenderá, a Castro no le hacía ninguna gracia tener que desprenderse de ese dinero. Por consiguiente, me dijo que en opinión suya y de los técnicos de Fidelis, en lugar de muerte por accidente, se debía considerar al asunto como suicidio, lisa y llanamente.
Usted sabe cómo proceden todas las compañías de seguros. Siempre tratan de buscarle la vuelta para no pagar. Le respondí que aunque existiera la posibilidad de que en realidad se tratara de un suicidio, esto habría que probarlo. Yo y mis técnicos, le retruqué, no hemos descubierto hasta ahora nada que nos haga pensar en esta eventualidad. Se alejó refunfuñando algo así como que las pruebas aparecerán en su momento. De la conversación, lo único que saqué en limpio fue que Ortiz había exigido el absoluto secreto de la operación, extensivo a la propia beneficiaria.
-¿Quiere decir que Patricia ignoraba cuando murió su marido que se había convertido en millonaria?
-Así parece, o mejor dicho así debía ser, si es que tanto la compañía como el propio Ortiz habían cumplido con la exigencia de este último. Pero ya verá lo que sucedió, aquí viene lo mejor, o sea la parte psicológica del cuento.
Precedido de una ceremonia innecesaria, el mozo nos sirvió el café. Después de beber un par de sorbos en silencio. Zelaya continuó:
-El cadáver de Ortiz devuelto a la familia después de la autopsia, lo estaban velando en casa de los Tovar. Me dirigí allí esa misma tarde y con cara de circunstancia le expresé mi pésame a la viuda. Hice algunas discretas preguntas entre los parientes de Patricia, varios de los cuales habían concurrido en la tarde y noche anterior a la fiesta familiar y llegué a la conclusión de que la viudita, realmente estuvo durante todo ese lapso y en la mañana posterior con la familia Tovar. Un rato después, con mucho tacto le pedí a Patricia que me acompañará hasta el chalet “La Rosita” juntos fuimos en el coche policial. Anduvimos viendo a la luz del día los destrozos causados por la explosión y estimamos de común acuerdo el monto de los daños para el informe que debía yo presentar. En realidad, salvo la rotura de vidrios y cristalería, los gases en expansión habían encontrado fácil salida. De modo que la brecha abierta en el techo del dormitorio principal, no era muy grande. Traté de sonsacarle acerca del seguro de vida de su marido, pero en apariencia no sabía nada del asunto. Le hice algunas preguntas relativas a la instalación de gas y tampoco conseguí sacar nada en limpio. Finalmente mientras estábamos en la cocina y como al pasar, le dije que en nuestra opinión todo se debió a un descuido de Ortiz, al olvidarse de cerrar las llaves de gas y me pareció notar una ligera sensación de alivio. Lo cual era explicable, aun siendo inocente de todo, a nadie le gusta tener parientes suicidas. Por último, dirigiendo una mirada hacia el mate, me mostré interesado en la bombilla. Una verdadera obra de orfebrería en plata y oro y la alabé con tal entusiasmo que Patricia, ocupada en ese momento de retocarse los labios no pudo menos que decirme:
   -Bueno, ya que tanto le gusta, se la regalo. Al mate también, le tengo aversión a esa viciosa costumbre. Por otra parte no quiero conservar en mi poder esos objetos que quizás han sido culpables de la muerte de mi marido.
Parecía sincera, le agradecí el obsequio y así como estaba sin limpiarlo ni despojarlo del contenido para no demorar, me llevé el regalo. Cuando regresamos, instantes después, dejé a la viuda en casa de sus padres y volví a la jefatura. Cuando entré a mi oficina, seguí yo sopesando el mate. Producía en mi mano una sensación extraña. Quizás las palabras de Patricia me habían impresionado. Hice a un lado los pensamientos penosos, me senté en el sillón frente a mi escritorio. Extendí una hoja de diario y coloqué encima el mate. Luego con paciente ademán, vacíe con facilidad sobre el papel todo el contenido. Golpeé el mate invertido, pero no salió ningún otro resto de yerba. Enseguida tomé delicadamente entre mis dos manos la bombilla y dediqué un largo rato a contemplarla. La hacía girar suavemente entre mis dedos. Destacándose el apagado gris de sus arabescos sobre el fondo policromado del verde de la yerba, que descansaba sobre el papel y del blanco de los pequeños terrones de azúcar. De pronto me vi en mi asiento, cerré los ojos y una pesada cortina se descorrió en la periferia de mi cerebro, permitiendo llegar la luz de la verdad y haciendo que mis ideas se encausarán por el debido camino. Y así fue como en este momento dos pájaros de cuenta están en la jaula purgando su culpa por haber asesinado a don Luís Ortiz.
Yo lo escuchaba absorto, interesado y le pregunté a Zelaya:
-¿Cómo pudo llegar a esa conclusión?
-Elemental querido Watson -me contestó con picardía-. Le he ofrecido todos los elementos de juicio que yo tuve a disposición para llegar a entrever la verdad. Como se me hace tarde y tengo algunas cosas que hacer en jefaturas dentro de un rato, le ahorraré conjeturas exponiéndole las mías y las conclusiones que me condujeron a la solución del caso.
En el camino de vuelta del chalet a la ciudad, portando el mate en la mano, le noté algo raro que momentáneamente pase por alto. Luego, sentado a mi escritorio me percaté que el azúcar estaba en terrones pequeños y la yerba completamente suelta. Entonces caí en la cuenta de que al sopesarlo durante el viaje, lo había encontrado demasiado liviano. O sea, para abreviar, que el contenido del mate no sólo estaba seco, sino que ni siquiera había sido mojado en ningún momento. Eso significaba que Ortiz, aparte de los mates que a poco de regresar de su gira tomara por la tarde, se había preparado otro mate nuevo para beber varias vueltas antes de acostarse. Pero no alcanzó a hacerlo. Este hecho en sí parecía no tener importancia, pero, ligado a todo lo demás si lo tenía y en grado sumo. Me hice las siguientes preguntas. Primero, ¿por qué Ortiz aficionado al mate se abstuvo de beber el que acababa de preparar y se fue a dormir sin hacerlo? Respuesta: porque algo se lo impidió. Segunda pregunta: ¿qué fue lo que le impidió beber el mate y además le hizo dejar la cocina con la llave del gas abierta? Respuesta: porque se quedó sin gas. Tercera pregunta: ¿por qué no salió afuera de la casa al jardín para mover la llave de paso y así conectar el tubo de repuesto? Respuesta: no por haragán, porque un matero de ley como él era no se amilana por tan poco. No conectó el otro tubo porque tenía la convicción de que también ése estaba vacío. Cuarta pregunta: ¿cómo podía saber o suponer Ortiz, que el otro tubo estaba vacío si acababa de llegar de una gira? Respuesta: porque alguien se lo dijo. Quinta pregunta: ¿quién pudo habérselo dicho? Respuesta: únicamente su mujer. Sexta y última pregunta: ¿por qué mintió Patricia a su marido? Zelaya se interrumpió de pronto para preguntarme:
-¿Nunca le ocurrido a usted, Duplan estar lavándose o bañándose y de pronto debido a algún desperfecto producido en la instalación quedarse sin agua? La mayor parte de las veces o todas, usted sólo atina a protestar y a secarse olvidando de cerrar la canilla. Sólo advierte que la dejado abierta cuando se restablece la circulación del líquido. Bueno, lo mismo ocurrió en este caso. El conocimiento de las reacciones humanas de esta clase, permitió planear el crimen. Esperó unos segundos pensativo, encendió otro cigarrillo y siguió explicando.
Ahora bien, ¿por qué una mujer casada a quien le ha tocado en suerte un marido bueno, fiel, cariñoso, honrado, trabajador, de regular posición y que no le hace faltar nada, llegue a desear y planear la muerte de su consorte? Pues simplemente porque quiere desprenderse de él en forma rápida, puesto que forzosamente debe haber otro hombre de por medio, el amante. Para llevar a efectos su designio, Patricia necesitaba de un cómplice, quién mejor que su amante. A su vez, ese hombre ¿cómo se dejó convencer tan fácilmente? Respuesta: porque sabía que Patricia heredaría una fuerte suma de dinero al fallecer Ortiz. Y esta circunstancia, ¿cómo había llegado a su conocimiento, siendo que la tramitación del seguro se había llevado en forma reservada? Pues posiblemente porque esa persona era un empleado de la compañía Fidelis. Comprenderá usted que con estos elementos en mi mano me resultó muy fácil resolver el caso, consiguiendo finalmente la confesión de Patricia y de su cómplice, el agente o productor de seguros que intervino en la operación. Los hechos se desarrollaron así:
Patricia antes de salir del chalet, advirtió a su marido que quedaba muy poco gas en el tubo en servicio y que aún no habían reemplazado el tubo vacío. Esa fue toda su parte. ¿Sencilla, no? La del amante también fue simple, a través de la ventana de la cocina vio a Luis preparar el mate, colocar la pava con agua sobre la hornalla y encender el correspondiente pico de gas. Entonces se acercó hasta la cabina de gas y cerró la llave de paso, esperó unos minutos y escondido entre los arbustos, y cuando se apagó la luz de la cocina volvió a colocar la llave en su posición primitiva. Hecho lo cual, se fue tranquilamente a la ciudad a reunirse con unos amigos. Pero después cometió una estupidez, quiso cerciorarse de que Ortiz había ya muerto asfixiado, para lo cual llamó por teléfono a “La Rosita”. El aparato está en la planta baja, pero suena muy fuerte y alcanzó a sustraer momentáneamente a Ortiz de su letargo. Este, en forma automático refleja, estiró el brazo y al apretar el botón del interruptor se produjo la explosión. Pudimos comprobar que dicho interruptor estaba en la posición de encendido. Así como que el productor de seguros efectuó una llamada telefónica al tiempo de la explosión. Si se hubiese abstenido, las cosas podrían haber cambiado. Patricia, la mañana siguiente, forzando la puerta de servicio una vez abierta con su llave, podía haber hecho saltar el pasador entrando a la casa y arreglando la escena a su gusto. No tenía nada que perder porque disponía de coartada para toda la noche y el cadáver de su marido ya estaba frío. En el caso de que hubiera descubierto que el mate estaba sin usar, podría haber subsanado el error echándole un chorro de agua fría antes de pedir ayuda a los vecinos. De cualquier manera, sin la bendita explosión, la intervención policial habría sido mínima. Tal vez reducida a la de alguna auxiliar de menor cuantía y sin experiencia, con lo que el mate frustrado no habría salido a relucir.
-¿Le parece -añadió Zelaya- que puede sacar de todo esto para un cuento o una novela?
-Veré… veré qué puedo hacer -le respondí-.

 

Actividades

1. ¿Cómo se describe a Zelaya y Duplan? ¿Qué relación los une?
2. Si bien sólo se menciona el caso al pasar, responde: ¿qué beneficio pudo tener don Trimarco al escribir el nombre de su negocio con faltas ortográficas?
3. ¿Cómo era la relación entre Luis y Patricia? ¿Había motivos para sospechar de Patricia?
4. La coartada de Patricia, ¿en qué consistía? ¿Era sólida?
5. ¿Qué crees que hubiera pasado con el caso si Raúl Castro no se presentaba en la jefatura? ¿Qué dato importante aporta para la resolución del caso?
6. ¿Qué pista aporta claridad a la mente de Zelaya? Esa pista, ¿fue conseguida a propósito?
7. ¿Cómo deduce Zelaya que quien mató a Luis Ortiz fue su mujer y que lo hizo con ayuda de su amante?
8. En qué consistía el plan trazado por los asesinos. Explica.
9. Con respecto al plan para asesinar a Ortiz:

a) ¿Cuál fue el error que se cometió en su desarrollo?
b) ¿Quién cometió el error y qué consistió el mismo?

10. ¿Qué tan importante es la explosión en el caso? ¿Qué hubiera pasado si no se producía?
11. Luego de la lectura del caso, responde:

a) El título del relato es “El mate Frustrado”, ¿crees que es adecuado? ¿Por qué?
b) ¿Qué otro título le pondrías?

12. ¿De qué manera justifica Zelaya que la psicología sea parte fundamental en este caso? Explica.
13. Según lo que vimos en clase, ¿qué tipo de cuento policial es? Fundamenta tu respuesta.

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