Relato de un náufrago (Fragmento)

Lee atentamente el siguiente relato:

 

Relato de un náufrago
García Márquez, Gabriel

Agité la camisa desesperadamente, durante cinco minutos por lo menos.
Pero pronto me di cuenta de que me había equivocado: el avión no venía hacia la balsa. Cuando vi crecer el punto negro me pareció que pasaría por encima de mi cabeza. Pero pasó muy distante, y a una altura desde la cual era imposible que me vieran. Luego dio una larga vuelta, tomó la dirección de regreso y empezó a perderse en el mismo lugar del cielo por donde había aparecido. De pie en la balsa, expuesto al sol ardiente, estuve mirando el punto negro, sin pensar en nada, hasta cuando se borró por completo en el horizonte.
Entonces volví a sentarme. Me sentí desgraciado, pero como aún no había perdido la esperanza, decidí tomar precauciones para protegerme del sol. En primer término no debía exponer los pulmones a los rayos solares. Eran las doce del día. Llevaba exactamente 24 horas en la balsa. Me acosté de cara al cielo en la borda y me puse sobre el rostro la camisa húmeda. No traté de dormir porque sabía el peligro que me amenazaba si me quedaba dormido en la borda. Pensé en el avión: no estaba muy seguro de que me estuviera buscando. No me fue posible identificarlo.
Allí, acostado en la borda, sentí por primera vez la tortura de la sed. Al principio fue la saliva espesa y la sequedad en la garganta. Me provocó tomar agua del mar, pero sabía que me perjudicaba. Podría tomar un poco, más tarde. De pronto me olvidé de la sed. Allí mismo, sobre mi cabeza, más fuerte que el ruido de las olas, oí el ruido de otro avión.
Emocionado, me incorporé en la balsa. El avión se acercaba, por donde había llegado el otro, pero éste venía directamente hacia la balsa. En el instante en que pasó sobre mi cabeza volví a agitar la camisa. Pero iba demasiado alto. Pasó de largo; se fue; desapareció. Luego dio la vuelta y lo vi de perfil sobre el horizonte, volando en la dirección en que había llegado:
«Ahora me están buscando», pensé. Y esperé en la borda, con la camisa en la mano, a que llegaran nuevos aviones.
Algo había sacado en claro de los aviones: aparecían y desaparecían por un mismo punto. Eso significaba que allí estaba la tierra. Ahora sabía hacia dónde debía dirigirme. ¿Pero cómo? Por mucho que la balsa hubiera avanzado durante la noche, debía estar aún muy lejos de la costa. Sabía en qué dirección encontrarla, pero ignoraba en absoluto cuánto tiempo debía remar, con aquel sol que empezaba a ampollarme la piel y con aquella hambre que me dolía en el estómago. Y sobre todo, con aquella sed. Cada vez me resultaba más difícil respirar.
Naufrago2A las doce y treinta y cinco, sin que yo hubiera advertido en qué momento, llegó un enorme avión negro, con pontones de acuatizaje, pasó bramando por encima de mi cabeza. El corazón me dio un salto. Lo vi perfectamente. El día era muy claro, de manera que pude ver nítidamente la cabeza de un hombre asomado a la cabina, examinando el mar con un par de binóculos negros. Pasó tan bajo, tan cerca de mí, que me pareció sentir en el rostro el fuerte aletazo de sus motores. Lo identifiqué perfectamente por las letras de sus alas: era un avión del servicio de guardacostas de la Zona del Canal.
Cuando se alejó trepidando hacia el interior del Caribe no dudé un solo instante de que el hombre de los binóculos me había visto agitar la camisa.
“¡Me han descubierto!», grité, dichoso, todavía agitando la camisa. Loco de emoción, me puse a dar saltos en la balsa.
¡Me habían visto!
Antes de cinco minutos, el mismo avión negro volvió a pasar en la dirección contraria, a igual altura que la primera vez. Volaba inclinado sobre el ala izquierda y en la ventanilla de ese lado vi de nuevo, perfectamente, al hombre que examinaba el mar con los binóculos. Volví a agitar la camisa.
Ahora no la agitaba desesperadamente. La agitaba con calma, no como si estuviera pidiendo auxilio, sino como lanzando un emocionado saludo de agradecimiento a mis descubridores.
A medida que avanzaba me pareció que iba perdiendo altura. Por un momento estuvo volando en línea recta, casi al nivel del agua. Pensé que estaba acuatizando y me preparé a remar hacia el lugar en que descendiera.
Pero un instante después volvió a tomar altura, dio la vuelta y pasó por tercera vez sobre mi cabeza. Entonces no agité la camisa con desesperación. Aguardé que estuviera exactamente sobre la balsa. Le hice una breve señal y esperé que pasara de nuevo, cada vez más bajo. Pero ocurrió todo lo contrario: tomó altura rápidamente y se perdió por donde había aparecido. Sin embargo, no tenía por qué preocuparme. Estaba seguro de que me habían visto. Era imposible que no me hubieran visto, volando tan bajo y exactamente sobre la balsa. Tranquilo, despreocupado y feliz, me senté a esperar.
Esperé una hora. Había sacado una conclusión muy importante: el punto donde aparecieron los primeros aviones estaba sin duda sobre Cartagena. El punto por donde desapareció el avión negro estaba sobre Panamá. Calculé que remando en línea recta, desviándome un poco de la dirección de la brisa llegaría aproximadamente al balneario de Tolú. Ese era más o menos el punto intermedio entre los dos puntos por donde desaparecieron los aviones.
Había calculado que en una hora estarían rescatándome. Pero la hora pasó sin que nada ocurriera en el mar azul, limpio y perfectamente tranquilo.
Pasaron dos horas más. Y otra y otra, durante las cuales no me moví un segundo de la borda. Estuve tenso, escrutando el horizonte sin pestañear. El sol empezó a descender a las cinco de la tarde. Aún no perdía las esperanzas, pero comencé a sentirme intranquilo. Estaba seguro de que me habían visto desde el avión negro, pero no me explicaba cómo había transcurrido tanto tiempo sin que vinieran a rescatarme. Sentía la garganta seca. Cada vez me resultaba más difícil respirar. Estaba distraído, mirando el horizonte, cuando, sin saber por qué, di un salto y caí en el centro de la balsa. Lentamente, como cazando una presa, la aleta de un tiburón se deslizaba a lo largo de la borda.

Naufrago1

Los tiburones llegan a las cinco
Fue el primer animal que vi, casi treinta horas después de estar en la balsa. La aleta de un tiburón infunde terror porque uno conoce la voracidad de la fiera. Pero realmente nada parece más inofensivo que la aleta de un tiburón.
No parece algo que formara parte de un animal, y menos de una fiera. Es verde y áspera, como la corteza de un árbol. Cuando la vi pasar orillando la borda, tuve la sensación de que tenía un sabor fresco y un poco amargo, como el de una corteza vegetal. Eran más de las cinco. El mar estaba sereno al atardecer.
Otros tiburones se acercaron a la balsa, pacientemente, y estuvieron merodeando hasta cuando anocheció por completo. Ya no había luces, pero los sentía rondar en la oscuridad, rasgando la superficie tranquila con el filo de sus aletas.
Desde ese momento no volví a sentarme en la borda después de las cinco de la tarde.

GLOSARIO DE TÉRMINOS:

Pontón: patines de un hidroavión.
Acuatizar: posarse en el agua (dicho de un hidroavión).
Binóculos: instrumento óptico para ver objetos lejanos con lentes para ambos ojos.
Trepidar: temblar fuertemente.
Escrutar: examinar cuidadosamente.

 

PREGUNTAS SOBRE EL TEXTO

1. Haz el resumen del texto en cinco o seis líneas.
2. Describe los distintos estados de ánimo por los que pasa el protagonista.
3. ¿Cuáles son los principales peligros que acechan al protagonista?
4. ¿En qué parte del mundo se encuentra el náufrago? ¿Cómo lo pudiste deducir?
5. Según el relato, la siguiente afirmación ¿es correcta?, ¿por qué?:

El terror provocado por la aleta del tiburón se debe a su aspecto feroz.

6. La incertidumbre es parte esencial de este relato, ¿cuáles en este caso? ¿Cómo afecta al protagonista? ¿Qué sensación deja en el lector?
7. Explica con tus palabras las siguientes expresiones del texto:

  • “Me provocó tomar agua del mar, pero sabía que me perjudicaba”.
  • “Me incorporé en la balsa”.
  • “Examinaba el mar con los binóculos”.
  • “Pensé que estaba acuatizando”.

8. Haz el análisis morfológico de las siguientes palabras:

guardacostas:
rápidamente:

9. Di en qué persona, número, tiempo y modo verbal está narrado el texto en su mayor parte. Pon tres ejemplos.
10. Analiza sintácticamente las siguientes oraciones del texto:

“Agité la camisa desesperadamente, durante cinco minutos”.

“Lo vi perfectamente”.

Quizás también te interese leer…

Deletrearte

Deletrearte

Lee atentamente el siguiente relato:   Deletrearte María Cristina Ramos Laura se llamaba. Cada vez que me acuerdo. En ese tiempo no había estos...

0 comentarios

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Por razones obvias, no enviamos las respuestas de las actividades.