Lee atentamente el siguiente relato:
El camino de las lágrimas
Bucay, Jorge
Así empieza el camino de las lágrimas.
Así, conectándonos con lo doloroso.
Porque así es como se entra en este sendero, con este peso, con esta carga.
Y también con una creencia inevitable, aunque siempre engañosa, la supuesta conciencia de que no lo voy a soportar.
Aunque parezca increíble todos pensamos, al comenzar este camino, que es insoportable.
No es culpa nuestra, o por lo menos no es solamente nuestra culpa…
Hemos sido entrenados por los más influyentes de nuestros educadores para creer que somos básicamente incapaces de soportar el dolor de una pérdida, que nadie puede superar la muerte de un ser querido, que moriríamos si la persona amada nos deja y que no podríamos aguantar ni siquiera un momento el sufrimiento extremo de una pérdida importante, porque la tristeza es nefasta y destructiva…
Y nosotros vivimos así, condicionando nuestra vida con estos pensamientos.
Sin embargo, como casi siempre sucede, esta “creencias” aprendidas y transmitidas con nuestra educación son una compañía peligrosa y actúan la mayoría de las veces como grandes enemigos que empujan a costos mucho mayores que los que supuestamente evitan. En el caso del duelo, por ejemplo, llevarnos al enfermizo destino de extraviarnos de la ruta hacia nuestra liberación definitiva de lo que ya no está.
Hay una historia que dicen que es verídica.
Aparentemente sucedió en algún lugar de África.
Seis mineros trabajaban en un túnel muy profundo extrayendo minerales desde las entrañas de la tierra. De repente un derrumbe los dejó aislados del afuera sellando la salida del túnel. En silencio cada uno miró a los demás. De un vistazo calcularon su situación. Con su experiencia, se dieron cuenta rápidamente de que el gran problema sería el oxígeno. Si hacían todo bien les quedaban unas tres horas de aire, cuando mucho tres horas y media.
Mucha gente de afuera sabría que ellos estaban allí atrapados, pero un derrumbe como éste significaría horadar otra vez la mina para llegar a buscarlos, ¿podrían hacerlo antes de que se terminara el aire?
Los expertos mineros decidieron que debían ahorrar todo el oxígeno que pudieran.
Acordaron hacer el menor desgaste físico posible, apagaron las lámparas que llevaban y se tendieron en silencio en el piso.
Enmudecidos por la situación e inmóviles en la oscuridad era difícil calcular el paso del tiempo. Incidentalmente sólo uno de ellos tenía reloj.
Hacia él iban todas las preguntas: ¿Cuánto tiempo pasó? ¿Cuánto falta? ¿Y ahora?
El tiempo se estiraba, cada par de minutos parecía una hora, y la desesperación ante cada respuesta agravaba aún más la tensión. El jefe de mineros se dio cuenta de que si seguían así la ansiedad los haría respirar más rápidamente y esto los podía matar. Así que ordenó al que tenía el reloj que solamente él controlara el paso del tiempo. Nadie haría más preguntas, él avisaría a todos cada media hora.
Cumpliendo la orden, el del reloj controlaba su máquina. Y cuando la primera media hora pasó, él dijo “ha pasado media hora”. Hubo un murmullo entre ellos y una angustia que se sentía en el aire.
El hombre del reloj se dio cuenta de que, a medida que pasaba el tiempo, iba a ser cada vez más terrible comunicarles que el minuto final se acercaba. Sin consultar a nadie decidió que ellos no merecían morirse sufriendo. Así que la próxima vez que les informó la media hora, habían pasado en realidad 45 minutos.
No había manera de notar la diferencia así que nadie siquiera desconfió.
Apoyado en el éxito del engaño la tercera información la dio casi una hora después. Dijo “pasó otra media hora”… Y los cinco creyeron que habían pasado encerrados, en total, una hora y media, y todos pensaron en cuán largo se les hacía el tiempo.
Así siguió el del reloj, a cada hora completa les informaba que había pasado media hora.
La cuadrilla apuraba la tarea de rescate, sabían en qué cámara estaban atrapados, y que sería difícil poder llegar antes de cuatro horas.
Llegaron a las cuatro horas y media. Lo más probable era encontrar a los seis mineros muertos.
Encontraron vivos a cinco de ellos.
Solamente uno había muerto de asfixia… el que tenía el reloj.
Esta es la fuerza que tienen las creencias en nuestras vidas.
Esto es lo que nuestros condicionamientos pueden llegar a hacer de nosotros.
Cada vez que construyamos la certeza de que algo irremediablemente siniestro va a pasar, no sabiendo cómo (o sabiéndolo) nos ocuparemos de producir, de buscar, de disparar o como mínimo de no impedir que algo (aunque sea un poco) de lo terrible y previsto efectivamente nos pase.
De paso (y como en el cuento) el mecanismo funciona también al revés:
Cuando creemos y confiamos en que de alguna forma se puede seguir adelante, nuestras posibilidades de avanzar se multiplican.
Claro que si la cuadrilla hubiera tardado doce horas, no hubiera habido pensamiento que salvara a los mineros. No digo que la actitud positiva por sí mima sea capaz de conjurar la fatalidad o de evitar las tragedias. Digo que las creencias autodesvalorizantes indudablemente condicionan la manera en la cual cada uno se enfrenta a las dificultades.
El cuento de los mineros debería obligarnos a pensar en esos condicionamientos. Y esto será lo primero que hay que aprender. Es imprescindible empezar por aquí porque uno de los más condicionantes y falsos mitos culturales que aprendimos con nuestra educación es justamente el de que no estamos preparados para el dolor ni para la pérdida.
Repetimos casi sin pensarlo:
“No hubiera podido seguir si perdía aquello”
“No puedo seguir si no tengo esto”
“No podría seguir si no consigo lo otro”.
Cuando hablo de los mecanismos generadores de nuestra dependencia, digo siempre que cuando yo tenía algunas horas o días de vida, era claro (aunque yo no lo supiera todavía) que no podía sobrevivir sin mi mamá o por lo menos sin alguien que me diera sus cuidados maternales. Mi mamá era por entonces literalmente imprescindible para mi existencia porque yo no podía vivir sin ella. Después de los tres meses de vida seguramente me hice más consciente de esa necesidad pero descubrí además a mi papá, y empecé a darme cuenta de que verdaderamente no podía vivir sin ellos. Algún tiempo después ya no eran mi papá y mi mamá, era MI familia, la fuente de donde “brotaba”, todo lo necesario, amor, compañía, juego, protección, regalos, valoración, consejo…
Mi familia incluía a mucha gente: incluía a mi hermano, algunos tíos y alguno de mis abuelos. Yo los amaba profundamente y sentía, me acuerdo de esto, que no podía vivir sin mi familia.
Después apareció la escuela, y con ella, mis maestros, la señorita Angeloz, el señor Almejún, la señorita Mariano y el señor Fernández, a quienes creí a su tiempo imprescindibles en mi vida. En la escuela República del Perú conocí también a mi primer amigo, el entrañable “Pocho” Valiente, de quien pensé en aquel momento que nunca, nunca, podría separarme.
Siguieron después mis amigos de colegio secundario, y por supuesto Rosita… Rosita, mi primera novia, sin la cual, por supuesto, yo SABÍA que no podría vivir. Y después el grupo de teatro, los amigos del billar, y la universidad, que encarnaban la carrera, el futuro, la profesión; yo pensaba, claro, que no podía vivir sin mi carrera.
Hasta que después de algunas novias también imprescindibles conocí a Perla.
Yo sentí inmediatamente lo que creía no haber sentido nunca antes: que no podía vivir sin ella.
Quizás por eso hicimos una familia sin la cual no sabría cómo vivir.
Y así, despacito y con tiempo, fui sumando ideas, descubriendo más imprescindibles, el hospital, mis pacientes, la dolencia, algunos amigos, el trabajo, la seguridad económica, el techo propio y aun después más personas, más situaciones y más hechos sin los cuales ni yo ni nadie en mi lugar podría razonablemente vivir.
Actividades
1. ¿A qué se refiere el autor cuando alude al “camino de las lágrimas”? ¿Estamos preparados para transitar por él? Explica.
2. ¿Cómo actúan las “creencias” que nos han sido transmitidas a la hora de superar trances difíciles en nuestra vida, como, por ejemplo, la pérdida de un ser querido?
3. ¿Cómo actúa “el hombre del reloj” para ayudar a sus compañeros?
4. ¿Por qué, finalmente, solo muere “el hombre del reloj”?
5. Según el autor:
a) ¿Qué ocurre cada vez que tenemos la certeza de que algo siniestro va a pasar? ¿Estás de acuerdo?
b) ¿Cuál es la mejor forma de enfrentar las dificultades?
c) ¿Hay algo que sea imprescindible? ¿Qué opinas de ello?
6. Busca y explica qué significado tienen en el texto las siguientes palabras:
Horadar:
Incidentalmente:
Certeza:
a) ¿Qué sinónimo podría usarse para cada una?
7. ¿Cómo se han formado las palabras incapaz e irremediablemente?
8. ¿Qué tiempo y modo expresan las formas verbales: parezca, hemos sido entrenados y había muerto?
9. Analize sintácticamente:
a) “En silencio cada uno miró a los demás”.
b) “Hacia él iban todas las preguntas”.
10. En las siguientes oraciones compuestas, identifique las proposiciones existentes e indique la relación que existe entre ellas:
a) “Hay una historia que dicen que es verídica”.
b) “Hubo un murmullo entre ellos y una angustia que se sentía en el aire”.
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