Lee atentamente el siguiente relato:
Cómo se fue Miguela
Torrente Ballester, Gonzalo
Miguela era su compañía. Lo mismo le daba que cantase o que contase relatos maravillosos. Estaban tan unidos que todo el mundo esperaba el matrimonio si de mayores no acontecían grandes cambios.
Los tratos quedaron hechos antes de partir para el servicio. Ella tenía por su madre una casita en la playa, de un solo cuarto y cocina; él, un campo para maíz y viñedo. Quedaron en que ella labraría el campo durante la ausencia de él, y con lo que diese y con lo que Chuco pudiese ahorrar en la Armada, comprarían el ajuar.
Chuco vino tres veces, una por año, vestido de azul, limpio y reluciente, y más pulido. Siempre traía consigo el acordeón, y sus historias marineras se acrecentaban cada año con lo escuchado en los barcos de guerra. También aprendió a leer y escribir, y en el último permiso anunció que pensaba examinarse para patrón de pesca. Así lo hizo cuando le dieron “el canuto”.
Se casaron el día de la Virgen; fue la boda sencilla, con Antonia la Galana y el viejo Cabeiro por padrinos, como era natural. Después de casados fueron a la fiesta de la Virgen como a la de sus bodas, y luego, a su casa.
Se cuenta que tardaron mucho en acostarse; hay quien los vio a media noche asomados a la ventana, en silencio, mirando al mar. Y les dijeron que una noche de novios no era para aquellas contemplaciones; pero no respondieron.
El viejo Cabeiro al saberlo hizo comentarios pesimistas.
—Al padre le gustaba demasiado la mar, y allá quedó. Me temo que también se lleve al hijo.
Un día, al atardecer, esperó a Chuco a la vuelta de la pesca, y le habló seriamente:
—Mira, ahora no eres solo. Tienes mujer y vas a tener un hijo. ¿Por qué no dejas los barcos y te acomodas a un oficio de tierra?
Enumeró tres o cuatro posibilidades, y hasta medio le prometió un par de miles de reales para abrir una taberna.
Pero a Chuco no le cabía en la cabeza que pudiera haber otra cosa para él que la pesca y la mar. Aún no le naciera el niño, y ya pensaba en irle enseñando, desde “cativo”, cómo se arreglan los anzuelos y cómo se orienta uno por las nubes y las aves.
El viejo Cabeiro recordó que tira más palabra de mujer que cabestrante de navío, y fue con las proposiciones a Miguela.
—Lo tendrás siempre contigo, y entre los dos atenderéis la tienda. Con eso y con lo que da la tierra bien sacaréis para comer.
Pero Miguela le respondió, extrañada, que Chuco era marinero, no tendero ni pelaire. Y el viejo Cabeiro comprendió que aquello no tenía remedio.
Les nació un niño. Pusiéronle como su padre, y Chuco le construyó con redes y madera de remos una cuna. Una tarde, estando Miguela ausente, Chuco le tatuó al niño en el pecho un ancla diminuta, como la que él tenía: un ancla azul, con un cabo de cuerda enroscándose. Y después, como el crío llorase, lo calmó cantándole con el acordeón todas las coplas que sabía.
Miguela descubrió el tatuaje bañando al crío, y no dijo nada; pero sintió en el corazón una gran alegría.
—Serás del mar, como tu padre.
Chuco ya andaba de patrón. Unas veces al pulpo, otras al congrio, con balandro o con dorna. Ganaba para vivir, y vivía contento.
Lo que el viejo Cabeiro temía sucedió una tarde de calma, en el otoño.
Chuco estaba en el mar cuando vino la niebla. Hubo alboroto, pusieron fuego en la punta y, desde la playa, sonaron cuernos y caracolas para orientar a los botes en el regreso. Por el de Chuco esperaron toda la noche. No volvió. A la mañana siguiente, con el claro, salieron en su busca y hallaron los restos de la dorna flotando encima de un bajío. Y esperaron en vano nueve días a que apareciera el cuerpo.
Miguela recibió la noticia sin llorar, con el hijo en los brazos. Después se encerró en su casa y no la vieron en algún tiempo.
Cuando Antonia la Galana consiguió hablarle, Miguela dijo:
—Él vendrá. Vendrá a llevarnos consigo.
—¿Tú estás loca, rapaza?
Lo dijo muchas veces, y siempre hizo lo que dijo. Él vendrá.
Todos los atardeceres, si hacía buen tiempo, se sentaba con el niño en las rocas, esperando. Y si llovía miraba al mar desde la ventana. Hablaba poco, y a los que le preguntaban aseguraba que Chuco volvería. Y todos creyeron que se había trastornado, o, lo que es peor, que su alma era presa del demonio.
—Habría que quitarle al niño, porque un día va a hacer un disparate.
Mas nadie se atrevió. Cuando Miguela se acercaba a la ribera, alguien andaba cerca, dispuesto a acudirla si hiciese lo que se temía.
Pasó algún tiempo y acabaron por sosegarse todos, hasta Antonia la Galana. Todos, menos el viejo Cabeiro, muy entendido en hombres.
Decía que aquella calma de Miguela era como ciertas calmas en la mar.
Cuando Antonia la Galana, ya retirada a Estribela, sin querer mirar las olas, me refirió la historia, lo lamentaba:
—Debiéramos haberle hecho caso y llevar a Miguela a la tierra desde donde no se viese la mar ni se la oliese, ni se oyese el ruido de la rompiente.
Una noche, después de la lluvia, se levantó temporal; una galerna ruidosa y tremenda. Los marineros reforzaron las amarras; pero, a pesar de eso, muchos botes se perdieron. Y no fue lo peor.
La gente se acostó tarde. Silbaba la galerna pavorosamente, y la lluvia ponía en los cristales ruidos de inquietud. Nadie recordaba un viento como aquél. El viejo Cabeiro no durmió, y lo mismo que él, otros muchos. Y todos pueden atestiguar que hacia la medianoche se oyeron gritos: pero no de terror, sino de júbilo. Voces levantadas de alegría y saludo. Y venían del extremo de la playa, hacia el lugar donde tenía su casa Miguela.
El viejo Cabeiro pensó si se habría vuelto loca, loca furiosa, como el viento. Y cuando, con la mañana, vino la calma, se levantó. Halló que otros, asustados como él, se habían levantado ya y miraban, temblorosos, la casa de Miguela.
—¿Habéis oído también?
—Hemos oído.
—Me pareció —dijo otro— que llamaba a su marido.
Y un tercero:
—Yo creo haber oído la voz de Chuco llamando a su mujer. Y el mismo modo de golpear la puerta que cuando volvía tarde de la pesca.
Avisaron a Antonia la Galana para que fuera con ellos. No se dijo palabra hasta llegar al extremo de la playa, allí donde las olas hacen remanso y es limpia la arena, y blanca y dulce.
La puerta estaba abierta y la casa vacía. De la orilla del mar venían pisadas de hombre: anchas, seguras pisadas que la bajamar no había borrado.
Y desde la puerta a la orilla se repetían, regresando al misterio, acompañadas de la huella desnuda de unos pies femeninos y de otras diminutas de unos pies de niño, el niño que tenía sobre el pecho, tatuada, una pequeña ancla azul.
GLOSARIO DE TÉRMINOS
Servicio: actividad militar obligatoria que tenían que realizar los jóvenes.
Canuto: licencia con que se ponía fin al servicio militar.
Cativo: niño pequeño.
Cabestrante: rodillo para arrastrar grandes pesos mediante una cuerda.
Balandro: velero pequeño.
Dorna: barco de pesca.
Bajío: banco de arena.
Rompiente: costa donde las olas se rompen y se levanta el agua.
Galerna: tormenta, borrasca.
PREGUNTAS SOBRE EL TEXTO
1. Realiza la secuencia narrativa del texto.
2. Chuco ha de separarse de Miguela para hacer el servicio militar en la Armada, sin embargo no se lamenta por ello porque piensa que puede obtener beneficios para su vida futura. ¿Cuáles son estos?
3. El viejo Cabeiro, temiendo que Chuco acabe como su padre, intenta influir en él y en Miguela para que éste cambie de profesión. ¿Qué argumentos utiliza para convencer a ambos?
4. ¿Se cumplen al final del relato los temores del viejo Cabeiro? Razona tu respuesta.
5. Explica con tus palabras el significado de las siguientes expresiones del texto marcadas en cursiva:
- Y les dijeron que una noche de novios no era para aquellas contemplaciones.
- Serás del mar, como tu padre.
- Todos creyeron que se había trastornado, o lo que es peor, que su alma era presa del demonio.
- Habría que quitarle al niño, porque un día va a hacer un disparate.
- Decía que aquella calma de Miguela era como ciertas calmas en la mar.
6. Las voces, sonidos y huellas encontradas por los vecinos luego del temporal de la noche anterior dejan en el lector dos posibles explicaciones:
Una centrada en la realidad.
Una centrada en lo fantástico.
¿Cuáles son esas posibles explicaciones?
7. Luego de lo visto en clase, ¿cómo clasificarías a este relato? Fundamenta tu respuesta.
8. Analiza morfológicamente las palabras subrayadas:
Al padre le gustaba demasiado la mar, y allá quedó.
9. Señala la persona, el número, el tiempo, el modo, la voz y la conjugación de:
cantase:
quedaron:
comprarían:
temo:
serás:
10. Analiza sintácticamente:
De la orilla del mar venían pisadas de hombre.
11. Convierte en voz pasiva las siguientes oraciones:
Miguela descubrió el tatuaje.
Los marineros reforzaron las amarras.
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