Lee atentamente el siguiente relato:
Noche de pesca
Eduardo Medina
Carlos era operario en una fábrica que realizaba conservas. Su trabajo de turnos rotativos lo ponía de mal humor; especialmente aquel que iba desde las catorce hasta las veintidós. Odiaba ese horario más que a cualquier otra cosa en el mundo.
Para él era un castigo que cada dos semanas recibía por parte de la vida, por no haber aceptado las migajas de la herencia que una tía le había dejado para ser repartida junto a sus tres hermanos mayores.
Mantuvo firme la postura de no acceder a los pesos que había dejado la difunta, que, si bien no eran muchos, habría logrado cierta oportunidad de emprender algo productivo, como lo hicieron sus hermanos al abrir un negocio de fumigaciones para comercios de la zona. Decía que la vieja había dejado solo migajas de pan para que el cardumen de mojarrones se peleara dando mordiscos a diestra y siniestra.
Cada vez que le tocaba aquel nefasto turno parecía que una oscura nube cubría su semblante y desdibujaba de su rostro toda expresión. Aquel horrible turno no le permitía hacer lo que más le gustaba; salir unas horas a “revolear el anzuelo”.
La pesca era una obsesión para Carlos; tenía una debilidad casi enfermiza por esta actividad. Cada vez que el reloj marcaba las seis de la tarde, salía de su casa en su motocicleta PUMITA, cruzaba el pueblo, se habría paso por la Ruta 10 hasta desembocar en el río Lavallén, seguía por un camino vecinal y llegaba al puente viejo.
Una vez allí, preparaba la caña y “revoleaba el anzuelo” sobre la correntada que a esas horas se arrastraba baja, golpeteando las piedras; luego amarraba la caña en unos arbustos y encendía una fogata para prepararse el mate cocido. Su afición a la pesca iba mucho más allá de los resultados obtenidos, que generalmente era “hacer papa”, como dicen los ancianos a una pesca nula. Para Carlos era esa una sensación extraordinaria, su contacto con la naturaleza en la más pura expresión, que lo sacaba de todo tedio y rutina; el simple acto de revolear el anzuelo provocaba una especie de liberación de toda atadura que su existencia le proponía a diario.
Aquel día, el ritual cotidiano de no más de dos horas iba a terminar una vez más en un fracaso. Era una oración calurosa, del cielo prendían aún algunos telones carmines; sin embargo, una luna llena permitía ver con cierta nitidez todo el paisaje que de a poco iba tomando un matiz gris plateado. Ya había recogido todos los elementos usados durante el ritual de la pesca. Había sofocado el fuego y lavado el tarro para hacer el mate. Siempre decía “no hay sabor más exquisito que un mate cocido realizado en medio de la naturaleza”. A lo lejos podía oírse el motor de los vehículos sobre la carretera. Las charatas y sus gritos desafinados ya habían cesado por completo, dando lugar al concierto de grillos y a los tucutucus como pequeños farolitos verdes en la noche.
Solo restaba recoger la tanza que seguía luchando contra las aguas, que a esas horas había aumentado considerablemente su caudal. El ril comenzaba a enrollar la tanza con total normalidad, hasta que, a cierta distancia, algo la tensó y la estiró con fuerzas, a tal punto que la caña casi se le escapa de las manos. Sin dudarlo, Carlos se afirmó bien inclinando para atrás su cuerpo y comenzó a luchar contra esa presa que había aparecido al filo de su rutina.
Es ley entre los pescadores que, ante una presa grande, lo mejor es “hacerla cansar”. Ni lento ni perezoso volvió a dar rienda suelta a la tanza y luego de unos segundos la frenaba en seco; así varias veces frenaba, largaba y recogía la línea; sin embargo, la presa seguía resistiendo los embates de sus brazos que ya comenzaban a amortiguarse.
Habría pasado tal vez media hora, cuando en otra recogida de tanza, Carlos la sintió liviana. –Una de dos- se dijo a sus adentros. –O se cansó y se deja traer derrotado, o bien escapó-
Traía la línea con total normalidad, y cuando estuvo a escasos metros de recoger el anzuelo, otra vez vino un tirón que por poco no lo voltea al agua. Asustado, Carlos, comenzó nuevamente la pelea, ya no tenía tiempo de largar la tanza y luego recogerla, así que tiró con todas sus fuerzas la línea fuera del agua. La presa se soltó y cayó unos metros atrás de su persona, en medio de un yuyaral. Carlos soltó la caña de inmediato, buscó la linterna y se internó donde había caído el pescado. –Sería un bagre, o un dentudo, tal vez un sábalo…- pensaba imaginando la cena, acompañada de un buen vinito Toro.
Los yuyos estaban crecidos, Carlos en medio de la maleza con la linterna que bailoteaba en sus manos, no pudo encontrar la presa. Ya ofuscado por el esfuerzo, en silencio comenzó a alejarse del lugar. Estaba saliendo de los yuyos, cuando escuchó claramente un aleteo. De inmediato giró sobre sus talones y buscó el origen, a unos pasos del yuyaral.
Grande fue la sorpresa y el horror que se llevó al encontrar sollozando a un niño totalmente negro y escamoso intentando sacarse el anzuelo ensangrentado de su boquita, apoyado contra un añoso árbol.
Carlos gritó desfallecido, soltó la linterna y se dirigió hacia la motocicleta envuelta en cadenas contra un alambrado. No podía colocar las llaves, los nervios lo devoraban y amenazaban con comerle también el corazón. Al fin pudo sacar la moto, de la caña y sus cosas no quiso hacerse cargo, salió corriendo hacia el terraplén intentando patear el vehículo para que arrancase lo antes posible, pero no hubo caso.
Un estremecedor llanto provino del lugar donde vio a ese niño. En ese momento se sintió desfallecer. Quiso abandonar la motocicleta y salir corriendo, pero en esas circunstancias no era opción. Intentó calmarse, la pateó a conciencia y arrancó. De esa manera salió a la ruta y volvió a su casa, mudo del terror.
A la mañana siguiente, se hizo acompañar por un vecino para recuperar sus pertenencias olvidadas.
En el lugar solo halló despojos de la caña. Las demás cosas, se habían perdido para siempre.
Al anzuelo, lo encontró debajo de aquel árbol.
De Eduardo Medina, Ediciones del Duende. Dibujo: Julio Cruz
Actividades
1. ¿Cuál eran las razones por la que Carlos detestaba el turno de 14:00 h a 22:00 h en la fábrica de conservas?
2. Marca con una X las respuestas que consideres correctas:
La pesca para Carlos significaba:
__ Libertad.
__ La posibilidad de sacar un buen número de peces.
__ Tedio y rutina.
__ La oportunidad de estar en contacto con la naturaleza.
__ Diversión y disfrute.
3. ¿Qué suceso extraño o sobrenatural le ocurre a Carlos? ¿Cuál fue su reacción? ¿Qué hubieras hecho en su lugar?
4. ¿Crees que esta historia pueda tener una explicación racional? ¿Cuál?
5. Según lo que vimos, este cuento puede ser clasificado como Fantástico de terror. Explica por qué.
6. ¿Habrá vuelto Carlos a pescar por aquél lugar? Imagina que sí y continúa el relato de lo que sucedió cuando Carlos volvió al lugar una semana después de aquel extraño encuentro.
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