Lee atentamente el siguiente relato:
Yo y el ladrón
Wenceslao Fernández Flórez
Cuando el señor Garamendi se marchó a veranear, me dijo:
-Hombre, usted, que no tiene nada que hacer, présteme el favor de echar, de cuando en cuando, un ojo a mi casa.
No es cierto que yo no tenga nada que hacer, y el señor Garamendi lo sabe perfectamente; pero él opina que cuando uno no sale a veranear, y no es por causa de algún gran negocio, es para dedicarse totalmente al descanso, con la voluptuosa pereza de no buscar los billetes ni cargar con la familia. Me limité a preguntar:
-¿Qué entiende usted exactamente por “echar un ojo”?
-Creo que está bien claro-contestó de mal humor.
-¿Debo pasearme por las habitaciones de su casa con un ojo abierto, posando sucesivamente la mirada en los muebles, en los … ?
-No. ¡Qué tontería! Quiero decir que me agradará que pase usted algún día frente al edificio y vea si siguen cerradas las persianas, y que le pregunte al portero si hay novedad, y hasta que suba a tantear la puerta. Usted no sabe nada de estos asuntos, pero en el mundo hay muchos ladrones, y entre los ladrones existe una variedad que trabaja especialmente durante el verano, y es a la que más temo. Se enteran de cuáles son los pisos que han quedado sin moradores, y los desvalijan sin prisas y cómodamente. Algunas veces se quedan allí dos o tres días viviendo de lo que encuentran, durmiendo en las magníficas camas de los señores, eligiendo concienzudamente lo que vale y lo que no vale la pena de llevarse . No hay defensa contra ellos. La primera noticia que se tiene es el desorden que se advierte en la casa al volver, cuando ya todo es irremediable y lo robado está mal vendido o bien oculto.
-Bueno- concedí, bostezando -; pues echaré ese ojo.
La verdad es que no pensaba hacerlo. Garamendi abusa un poco de mí con sus encomiendas engorrosas desde que me hizo dos o tres favores que él recuerda mejor que yo. Luego…, luego me abruma con sus gabanes, con sus puros, con sus gafas, con su vientre, con sus muelas de oro. Cuando descubro un nuevo defecto en él, tengo un placer íntimo. Entonces le encontré pusilánime.
Tener miedo a los ladrones me pareció la más grotesca puerilidad. Yo no creo en eso.
Pasaron los días; me recreé en el calorcillo de Madrid, me senté en algunas terrazas, recordé mi niñez volviendo a ver las viejas películas que los cines exhiben a bajo precio en estos meses, y una tarde que estaba más ocioso y más emperezado que nunca en mi despacho, pensando vagamente en que era demasiado ascético al dormir tan sólo una hora de siesta, cuando nada me impedía dormir dos, y que la humanidad no me agradecería jamás este sacrificio, recordé de repente:
-¡Anda! Pues no he pasado ni una sola vez ante la casa de Garamendi.
Y únicamente -lo aseguro- para poder darle mi palabra de honor de que había atendido su encargo, aproximé lentamente mi mano al teléfono y marqué su número.
Oí, medio desmoronado en la butaca, el ruido del timbre que sonaba en la desierta vivienda del veraneante.
-¡Trrrr…! ¡Trrrr…!
Y… nada más.
Una voz apagada, desconocida, llegó por el hilo:
-¿Diga?
-¿Cómo <>? -exclamé, extrañadísimo-. ¿No es ésa la casa del señor Garamendi?
La voz se hizo atiplada como la de las máscaras que disimulan, y clamó con una alegría que no venía a cuento:
-¡Sí, sí! ¡Es aquí, es aquí! ¿Cómo está usted?
Me quedé estupefacto.
-Oiga -hablé-, ¿me hace el favor de decir qué está haciendo…?
Siguió un silencio embarazoso.
-¿No será usted un ladrón?
Nueva pausa.
-Si es usted un ladrón, no me lo niegue- exigí.
-Bueno-dijo la voz, ya con acento natural, un poco ronca-. La verdad es que, en efecto, soy un ladrón.
-¡Pues me ha fastidiado usted, porque tengo mucha amistad con el señor Garamendi, y me encargó al marchar que vigilase su casa! A ver ahora qué le digo.
-Puede usted contarle lo que sucede-insinuó la voz, un poco acobardada.
-¡Bonita idea!-protesté-. ¿Cómo voy a confesarle que estuvimos dialogando? Aún, si usted no hubiese cometido la idiotez de contestar…
-Fue un impulso espontáneo-se disculpó-. Estaba aquí, junto al teléfono; sonó y, maquinalmente, me puse al habla. Yo también tengo teléfono, y la costumbre…
-¡Vaya conflicto!
-Crea usted que lo siento de veras.
-Claro que si le pido que deje ahí todo y vaya a entregarse a la comisaría más próxima…
-No; no lo haría… ¿Para qué engañarle?
-Al menos, dígame : ¿se lleva usted mucho?
-No hablemos de eso; una porquería. Perdone si le ofendo, pero ese amigo de usted no tiene nada que le quite a uno de cuidados.
-¡Hombre, no me diga…! La escribanía de plata es maciza y valiosa…
-Ya está en el saco, y unas alhajitas y el puño de oro de un bastón y dos gabanes de invierno. Nada. No es negocio.
-¿Vio usted una bandejita de plata que debe de haber en el comedor, con unas flores en relieve?
-Sí.
-¿Está en el saco?
-No. Las otras, sí; pero ésa apenas tiene un baño; es de metal blanco.
-Bien; pero no negará que es bonita.
-No vale nada.
-Llévesela usted.
-No quiero.
-¡Llévesela usted, idiota! ¿No comprende que si la deja van a darse cuenta de que no es de plata? Y… se la he regalado yo. Llévesela.
-En fin…, por hacerle un favor; pero sólo me servirá de estorbo.
-¿Ha recorrido ya toda la casa? Yo no conozco más que el despacho. Creo que está bien puesto, ¿no?
-¡Psch! Muchas pretensiones; poco gusto. Debe de tratarse de un caballero roñoso.
-Es triste, pero no lo puedo negar. Y también es cierto que carece de gusto.
-¿Quiere usted creer que tiene dos escupideras en el salón?
-¡No!
-Como usted lo oye. ¿No ha entrado nunca en el salón? Pues se ha perdido un espectáculo divertido. Yo tengo costumbre de visitar casas bien amuebladas, y le aseguro que ésta es una calamidad.
-¡Vaya, señor! Siempre me pareció que Garamendi presumía demasiado.
Ahora que…la alcoba de la señora…, de ésa sí que dicen que es un estuche, ¿verdad? Garamendi afirma que le costó una fortuna. ¿Cómo es, cómo es?
-No me fijé en detalles… ¿Quiere que vuelva?
-¡Oh, por Dios! No vaya usted a creer que me gusta el cotilleo. Era por… ¡qué sé yo!
-Lo que encontré allí fueron pieles bastante buenas.
-Lo creo. Tiene una capa de renard.
-Está en el saco. Y un gabán de cibelina.
-Sí; eso vale más, pero también es más llamativo. Lo envidiable es la capa de renard.
-¿Le gustaba a usted?
-Le gustaba a Albertina… una amiga mía…; para decirlo de una vez: a mi novia. Un día vimos a la señora de Garamendi con su capa y Albertina no habla de otra cosa. Creo que me quiere menos porque piensa que nunca podré regalarle unas pieles de zorro como ésas.
-¿Quién sabe? ¡Caramba! No hay que amilanarse.
-No… nunca; es bien seguro…
Un silencio.
-Oiga…, señor.
-Dígame.
-Si usted me permite, yo tengo mucho gusto en ofrecerle esas pieles…
-¡Qué disparate!
-Nada… Me ha sido usted simpático y…
-Pero… ¿cómo voy a consentir…? ¿Va usted a quedarse sin ellas por…?
-No se preocupe. Yo ya tengo las otras, y no va a ser uno más pobre…
-¡Ea, que no!
-Bien; pues entonces se las ofrezco a Albertina. Ahora no podrá usted desdeñarlas… Piense en la alegría que tendrá…
-Sí; eso es cierto…
-¿Adónde las envío?
Le di mis señas.
-¿Manda usted algo más?
-Nada más. Y muy reconocido. Que termine “eso” con suerte.
-Gracias, señor.
GLOSARIO DE TÉRMINOS
Atiplada: sonido agudo en tono elevado.
Puerilidad: de personalidad infantil
Amilanarse: quedarse aturdido
Renard: en francés, zorro.
Actividades
1.- Resume el texto en cinco o seis líneas.
2.- ¿Qué le confía Garamendi a su vecino? ¿Por qué?
3.- Señala rasgos de humor que haya en el relato.
4.- Define la personalidad del dueño de la casa robada.
5.- ¿Qué significan estas expresiones, según el contexto?
Encomiendas engorrosas:
Grotescas:
Muchas pretensiones:
Desdeñarlas:
6.- Analiza las siguientes formas verbales, indicando la persona, número, tiempo, modo y conjugación:
Hablemos:
Protesté:
Venía:
Había atendido:
7.- A partir de los siguientes sustantivos, forma adjetivos:
Pena:
Defecto:
Desorden:
Plata:
8.-Analiza sintácticamente la siguiente oración:
“Un día vimos a la señora de Garamendi con su capa”.
9.- Indica la modalidad de las siguientes oraciones, según la actitud del hablante:
“¿No ha entrado nunca en el salón?”
“Yo tengo la costumbre de visitar casas bien amuebladas”.
“¡Es aquí, es aquí!”
“Llévesela usted”.
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