Lee atentamente el siguiente relato:
La condenada
Juan Carlos Dávalos
Hace mucho años, andaban de boca en boca, entre la gentuza de mi pueblo, relatos extraordinarios acerca de una luz ambulante que vagaba por avenidas y caminos urbanos.
Precisamente, en las noches más tenebrosas, veíasela pasar, con diferencia de minutos, tan luego por las inmediaciones del cementerio como por los arrabales próximos al río.
La velocidad hasta entonces no vista que la animaba, y el intenso fulgor rojizo que despedía, dieron pábulo a la medrosa fantasía popular, que acabó por atribuirle sobrenatural origen.
Y a las viejas supercherías de duendes y mulas ánimas y viudas y almas en pena, vino a incorporarse la misteriosa leyenda de la condenada. Así habían dado en llamarle a la luz, sin duda porque se creyó que el panteón era su morada. Y salía de allí a deshora de la noche para emprender sus locas, desaforadas carreras, que espantaban a los malos y horripilaban a los inocentes.
Una noche, camino de la Caldera, iba un pobre indio paso a paso en su mancarrón, con las alforjas cargadas de bote en bote, cuando en un recodo topó de repente con la luz infernal. Indecible pavor hizo presa de jinete y cabalgadura, que, dando cara vuelta, fueron a sujetarse, perdiendo alforjas y calchas, a la plaza «9 de Julio».
Contaban que una negra que vivía cerca del cementerio mantenía macabras relaciones con la condenada, y esto, y el aislamiento en que sus íntimos la dejaron, motivó el trastorno mental de la infeliz catinga, sospechosa de brujería.
Una noche la policía tuvo noticia de una descomunal parranda en el barrio de tucumancito. Enviado un vigilante al lugar del desorden, se le apareció la condenada, se le espantó el caballo, y el porrazo y el susto fueron tales, que el cobarde policiano sufrió un desmayo de varias horas.
El número de perseguidos y preocupados era muy grande.
El cochero de un amigo mío tenía su cuarto lejos del centro, por el barrio del matadero, y aunque no era manco pa las cosas de este mundo, las del otro le inspiraban serias desconfianzas, por lo que prefería, si no había luna, quedarse a dormir acurrucado en los almohadones del carruaje.
Las niñeras les contaban a los chicos, haciéndoles poner los pelos de punta, las fechorías de la condenada; y las viejas beatas de correveidile averiguaban del cura si cometían pecado creyendo en ella.
Hasta entonces había limitado el espectro sus andanzas a los arrabales; pero héte aquí que una noche, como a las doce, se presenta en plena plaza Belgrano, desierta a esa hora, donde se pone a dar vueltas en persecución del único mortal que a la sazón la atravesaba; el cual, en fuga despavorida, logró saltar las barandas que cercaban la plaza, y llegar sin resuello a guarecerse en la tienda donde era dependiente.
¿Y no adivinas, lector, quién y qué pudo ser aquella condenada que en mi pueblo metió tanto susto?
Pues era el más pacífico de los hombres: un relojero italiano, el que llevó a Salta la primera bicicleta.
Fatigado del trabajo del día, montaba por la noche en su aparato, encendía la linterna fuera de la ciudad, y comenzaba su pedaleo de la manera más divertida del mundo.
Actividades
1. Usamos el Diccionario:
a) Busca y copia en tu carpeta el significado de las palabras subrayadas.
b) Ahora que sabes su significado, reemplázalas con un sinónimo que se adecue al relato.
2. ¿Por qué la gente llamaba “La Condenada” a la luz que se veía?
3. ¿Qué hechos o datos hicieron que las personas decretaran un origen sobrenatural al fenómeno que ocurría? ¿Qué problemas causó en la población?
4. ¿Cómo explicas que tanto alboroto se debiera a una bicicleta? Hoy, ¿causaría el mismo revuelo? ¿Por qué?
5. ¿Qué tipo de cuento crees que es? ¿Cómo lo clasificarías?
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