Lee atentamente el siguiente relato:
El chico
Juan Carlos Neyra
La mañana era fría, el viento de la pampa amontonaba cardo ruso seco contra los alambrados; lunes para mejor. Recorrió un potrero y ahora volvía a comer el churrasco del almuerzo chico. Ató el redomón al palenque y caminó hacia la cocina. La mujer señaló un trozo que ya estaba asado. Comentaron el viento y el frío mientras él cortaba un pedazo de carne y lo colocaba sobre una rodaja de galleta. Comenzó a masticar lentamente, volvió a llenarse la boca y preguntó:
―¿El nene?
―En el galponcito, jugando con el gato.
―Se va a resfriar, hace frío.
Ella no respondió. El hombre dijo:
―Andá tráilo, hace frío.
La mujer advirtió la intención: usaba el pretexto del frío porque quería verlo. Se demoró en apretar con un tenedor el resto de carne que chirriaba sobre la plancha y murmuró:
―Bueno, ya voy.
Al llegar a la puerta se detuvo de golpe, casi retrocedió, el hombre sobresaltado preguntó:
―¿Qué te pasa?
La mujer, enmudecida, llevó una mano crispada a la boca.
―¿Qué te pasa? ―repitió, con voz áspera.
En el perfil de la mujer la angustia se resolvía en un gesto ambiguo. El hombre corrió hasta la puerta; junto a la mujer quedó como clavado. Ella intentó avanzar, el hombre la detuvo con el codo.
―Quedate quieta, no te movás, es pior…
Permanecieron inmóviles. La mujer con ambas manos sobre la boca, ahogando un grito. Él en una situación un poco absurda, con el churrasco en la mano izquierda y el cuchillo en la derecha, aparentemente tranquilo, mas con los nervios estaqueados. Dos pares de ojos doloridos de mirar, sin pestañeos, hacia el viento frío y la escena de pesadilla: el nene con los bracitos extendidos hacia arriba, jugaba con la crin de la cola del redomón.
La pata izquierda del caballo, tensa en el garrón descansaba sobre el filoso vaso, tocando apenas el suelo, listo para lanzar la patada. Por la tabla del cogote hacia la cruz, bajando por las paletas hasta las costillas, el temblor del cuero, como si espantase tábanos, tiritaba en espasmos que arrugaban los músculos de la barriga, junto a la cincha y la verija. El ojo izquierdo blanqueaba en el vértice del lagrimal. Las contracciones de cuero producían un balanceo leve en los estribos.
(Lo va patear nomás… En cuanto hable lo patea… Mejor ni moverse…)
El tiempo pareció haberse detenido, los ojos adheridos al chico. Era como empezar de nuevo, arrojar a una hoguera los sueños que el nene les había traído a esa altura de la vida. Casi viejos, sin hijos, más de veinte años sin la presencia de una ternura nueva que llenase el rancho, otorgase sentido a los objetos, sin ninguno aparente. Un día les comentaron el alumbramiento de una sirvientita, casi una niña, en la estancia. Un chiquito sin padre y la existencia de la muchacha hipotecada por la criatura, hija de un instante cualquiera. Ellos allí, sin poder volcar el cariño insoportable, acumulado en los largos crepúsculos del invierno.
La habilidad de la mujer en el tejido, frustrada en prendas que el marido no usaba casi; tejer para un ser pequeñito y tibio, ropas para alguien que necesitaba todo de ella. Los días del hombre ausente llenos con la risa y el llanto y los diálogos sin respuesta con el nene, pero que infundían una intención a las palabras.
―Ya no hablaba sola ―pensó, como si todo perteneciese al pasado.
Las prendas, arrumbadas, de antiguos lujos, comenzaron a cobrar sentido. Un par de estribos de plata, los pasadores de riendas cortadas, la vaina de plata del cuchillo perdido. Las tropillas amansadas, los piales, hasta las rodadas, cada experiencia como si lo aprendido en años de repetir la dura tarea de domador, ahora, con otras formas mejores, se proyectase hacia el futuro, porque otro ser repetiría el oficio. Sobre una pared iban ordenándose, prolijas, las sogas del recado que usaría el nene; en cada botón, en cada sortija, los tientos entrelazaban el cariño de sus manos curtidas.
―Cuando yo volvía me salía a recibir con los bracitos abiertos ―se dijo, con la impresión de que aquello había ocurrido hacía mucho tiempo.
El chico los miró, balbuceó algo incomprensible y giró el cuerpo hacia ellos. El caballo, entonces, se retiró tratando de mirar atrás. El nene comenzó a caminar, con paso inseguro, rumbo a la pareja. Sin hablar corrieron a alzarlo. El hombre se había adelantado, arrojó el cuchillo y el churrasco frío; habíase agachado frente a la criatura cuando oyó el ronquido sordo del redomón asustado. Dejó al chico y se le acercó despacio, chistando suavemente, mansamente, lo tomó con la mano derecha del travesaño del bozal y con la izquierda le acarició la frente.
―Pingo, pobrecito pingo lindo ―susurró con voz insegura.
A su espalda la mujer sollozaba con el chiquito en los brazos.
Actividades
1. ¿Por qué crees que el hombre no le dice directamente a su mujer que quería ver al niño? Explica.
2. ¿Cómo llega el niño a la casa de “sus padres”? ¿Qué significado tuvo su presencia en sus vidas?
3. ¿Por qué ambos padres se quedan petrificados al ver a su hijo junto al redomón?
4. Este relato posee un argumento sencillo, sin embargo, provoca una tensión muy grande en el lector mediante la escena del niño y el redomón. ¿Qué recurso utiliza el autor para crear esa tensión? Explica.
5. ¿Cuál es la reacción de los padres cuando su hijo vuelve a sus brazos?
6. ¿Qué tipo de cuento es? Explica y cita ejemplos que respalden tu afirmación.
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