El camino

Lee atentamente el siguiente relato:

 

El camino
Miguel Delibes

Pero cuando a Roque, el Moñigo, se le ocurrió la idea de robar las manzanas del Indiano, Gerardo ya tenía los tres barcos de cabotaje y la Mica, su hija, diecisiete años. Por estas fechas, Daniel, el Mochuelo, ya era capaz de discernir que Gerardo, el Indiano, había progresado, y bien, sin necesidad de estudiar catorce años y a pesar de que su madre, la Micaela, decía de él que “era el más tímido de todos” y de que andaba por el pueblo todo el día de Dios con los mocos colgando y la baba en la barbilla. Fuera o no fuera así, lo contaban en el pueblo y no era cosa de recelar que existiera un acuerdo previo entre todos los vecinos para decirle una cosa que no era cierta.Camino2
Cuando saltaron la tapia del Indiano, Daniel, el Mochuelo, tenía el corazón en la garganta. En verdad, no sentía apetito de manzanas ni de ninguna otra cosa que no fuera tomar el pulso a una cosa prohibida. Roque, el Moñigo, fue el primero en dejarse caer del otro lado de la tapia. Lo hizo blandamente, con una armonía y una elegancia casi felinas, como si sus rodillas y sus ingles estuvieran montadas sobre muelles. Después les hizo señas con la mano, desde detrás de un árbol, para que se apresurasen. Pero lo único que se apresuraba de Daniel, el Mochuelo, era el corazón, que bailaba como un loco desatado. Notaba los miembros envarados y una oscura aprensión mermaba su natural osadía. Germán, el Tiñoso, saltó el segundo, y Daniel, el Mochuelo, el último.
En cierto modo, la conciencia del Mochuelo estaba tranquila. […]. Por la mañana había preguntado a don José, el cura, que era un gran santo:
– Señor cura, ¿es pecado robar manzanas a un rico?
Don José había meditado un momento antes de clavar sus ojillos, como puntas de alfileres, en él:
– Según, hijo. Si el robado es muy rico, muy rico y el ladrón está en caso de extremada necesidad y coge una manzanita para no morir de hambre, Dios es comprensivo y misericordioso y sabrá disculparle.
Daniel, El Mochuelo, quedó apaciguado interiormente. Gerardo, el Indiano, era muy rico, muy rico, y, en cuanto a él, ¿no podía sobrevenirle una desgracia como a Pepe, el Cabezón, que se había vuelto raquítico por falta de vitaminas y don Ricardo, el médico, le dijo que comiera muchas manzanas y muchas naranjas si quería curarse? ¿Quién le aseguraba que si no comía las manzanas del Indiano no le acaecería una desgracia semejante a la que aquejaba a Pepe, el Cabezón?
Al pensar en esto, Daniel, el Mochuelo, se sentía más aliviado. También le tranquilizaba no poco saber que Gerardo, el Indiano, y la yanqui estaban en Méjico, la Mica con los “Ecos del Indiano” en la ciudad, y Pascualón, el del molino, que cuidaba de la finca, en la tasca del Chano disputando una partida de mus. No había, por tanto, nada que temer. Y, sin embargo, ¿por qué su corazón latía de este modo desordenado, y se le abría un vacío acuciante en el estómago, y se le doblaban las piernas por las rodillas? Tampoco había perros.
El Indiano detestaba este medio de defensa. Tampoco, seguramente, timbres de alarma, ni resortes sorprendentes, ni trampas disimuladas en el suelo. ¿Por qué temer, pues?
Avanzaban cautelosamente, moviéndose entre las sombras del jardín, bajo un cielo alto, tachonado de estrellas diminutas. Se comunicaban por tenues cuchicheos y la hierba crujía suavemente bajo sus pies y este ambiente de roces imperceptibles y misteriosos susurros crispaba los nervios de Daniel, el Mochuelo.
– ¿Y si nos oyera el boticario? – murmuró éste de pronto.
– ¡Chist!
El contundente siseo de Roque, el Moñigo, le hizo callar. Se internaban en la huerta. Apenas hablaban ya sino por señas y las muecas nerviosas de Roque, el Moñigo, cuando tardaban en comprenderle, adquirían, en las medias tinieblas, unos tonos patéticos impresionantes.Camino1
Ya estaban bajo el manzano elegido. Crecía unos pies por detrás del edificio. Roque, el Moñigo, dijo:
-Quedaos aquí; yo sacudiré el árbol.
Y se subió a él sin demora. Las palpitaciones del corazón del Mochuelo se aceleraron cuando el Moñigo comenzó a zarandear las ramas con toda su enorme fuerza y los frutos maduros golpeaban la hierba con un repiqueteo ininterrumpido de granizada. Él y Germán, el Tiñoso, no daban abasto para recoger los frutos desprendidos. Daniel, el Mochuelo, al agacharse, abría la boca, pues a ratos le parecía que le faltaba el aire y se ahogaba. Súbitamente, el Moñigo dejó de zarandear el árbol.
—Mirad; está ahí el coche —murmuró, desde lo alto, con una extraña opacidad en la voz.
Daniel y el Tiñoso miraron hacia la casa en tinieblas. La aleta del coche negro del Indiano, que metía menos ruido aún que el primero que trajo al valle, rebrillaba tras la esquina de la vivienda. A Germán, el Tiñoso, le temblaron los labios al exigir:
—Baja aprisa; debe de estar ella.
Daniel, el Mochuelo, y Germán, el Tiñoso, se movían doblados por los riñones, para soportar mejor las ingentes brazadas de manzanas. El Mochuelo sintió un miedo inmenso de que alguien pudiera sorprenderle así. Apoyó con vehemencia al Tiñoso:
—Vamos, baja, Moñigo. Ya tenemos suficientes manzanas.
El temor les hacía perder la serenidad. La voz de Daniel, el Mochuelo, sonaba agitada, en un tono superior al simple murmullo. Roque, el Moñigo, quebró una rama con el peso del cuerpo al tratar de descender precipitadamente. El chasquido restalló como un disparo en aquella atmósfera queda de roces y susurros. Su excitación iba en aumento:
—¡Cuidado, Moñigo!
—Yo voy saliendo.
—¡Narices!
—Gallina el que salte la tapia primero.
Camino3No es fácil determinar de dónde surgió la aparición. Daniel, el Mochuelo, después de aquello, se inclinaba a creer en brujas, duendes y fantasmas. Ella, la Mica, estaba ante ellos, alta y esbelta, embutida en un espectral traje blanco.
En las densas tinieblas, su figura adquiría una presencia ultraterrena, algo parecido al Pico Rando, sólo que más vago y huidizo.
-Conque sois vosotros los que robáis las manzanas, ¿eh? –dijo.
Daniel, el Mochuelo, y Germán, el Tiñoso, fueron dejando resbalar los frutos, uno a uno, hasta el suelo. La consternación les agarrotaba. La Mica hablaba con naturalidad, sin destemplanza en el tono de voz:
—¿Os gustan las manzanas?
Tembló, un instante, en el aire, la amedrentada afirmación de Daniel, el Mochuelo:
—Siiií…
Se oyó la risa amortiguada de la Mica, como si brotase a impulsos de una oculta complacencia. Luego dijo:
—Tomad dos manzanas cada uno y venid conmigo.
La obedecieron. Los cuatro se encaminaron hacia el porche. Una vez allí, la Mica giró un conmutador, oculto tras una columna, y se hizo la luz.
Daniel, el Mochuelo, agradeció que una columna piadosa se interpusiera entre la lámpara y su rostro abatido. La Mica, sin ton ni son, volvió a reír espontáneamente. A Daniel, el Mochuelo, le asaltó el temor de que fuera a entregarles a la Guardia Civil.

 

Actividades

1. ¿A qué se debe la consulta de Mochuelo a don José, el cura?
2. Luego de hablar con el cura, ¿por qué el Mochuelo queda con la conciencia más o menos tranquila?
3. Vuelve a leer el siguiente fragmento:

“Al pensar en esto, Daniel, el Mochuelo, se sentía más aliviado. También le tranquilizaba no poco saber que Gerardo, el Indiano, y la yanqui estaban en Méjico, la Mica con los “Ecos del Indiano” en la ciudad, y Pascualón, el del molino, que cuidaba de la finca, en la tasca del Chano disputando una partida de mus. No había, por tanto, nada que temer. Y, sin embargo, ¿por qué su corazón latía de este modo desordenado, y se le abría un vacío acuciante en el estómago, y se le doblaban las piernas por las rodillas? Tampoco había perros.”

Ahora responde:

a) Si bien no había peligro de que lo descubriesen, ¿a qué se debía el malestar que seguía sintiendo el Mochuelo?

b) ¿Cómo crees que te hubieras sentido tú en la misma situación?

4. Según tu entender, el Mochuelo robaba las manzanas por:

  • Hambre.
  • Emoción.
  • Transgresión.
  • Interés económico.
  • Malas compañías.

Fundamenta tu elección.

5. Realiza una descripción de Daniel, el Mochuelo.
6. ¿Quién es la Mica? Justifica tu respuesta con frases del texto.
7. ¿Cuál fue la reacción de la Mica al encontrar a los ladronzuelos en su huerta? ¿Y la de Mochuelo?
8. ¿Cuál crees que fue el destino de Mochuelo y sus amigos? Explica.
9. Explica el significado de las siguientes palabras y expresiones en el texto:

• Tener el corazón en la garganta:
• No dar abasto:
• Consternación:

10. Señala y analiza morfológicamente los pronombres y los determinantes del siguiente fragmento:

—“Tomad dos manzanas cada uno y venid conmigo. La obedecieron. Los cuatro se encaminaron hacia el porche”.

11. Analiza las formas verbales subrayadas, indicando: persona, número, tiempo, modo y voz:

“¿no podía sobrevenirle una desgracia como a Pepe, el Cabezón, que se había vuelto raquítico por falta de vitaminas y Don Ricardo, el médico, le dijo que comiera muchas manzanas y muchas naranjas si quería curarse? ¿Quién le aseguraba que si no comía las manzanas del Indiano no le acaecería una desgracia semejante a la que aquejaba a Pepe, el Cabezón?”

12. Indica cuáles de las siguientes oraciones tienen verbo copulativo y cuáles no, y subraya los atributos:

• “La conciencia del Mochuelo estaba tranquila”.
• “Gerardo, el Indiano, era rico”.
• “Gerardo, el Indiano, y la yanqui estaban en Méjico”.

13. Realiza el análisis sintáctico de la siguiente oración:

“Después les hizo señas con la mano”.

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