El texto realista

Actividad 1

El siguiente es un prólogo de Guy de Maupassant, un autor realista que explica un concepto central en la lectura de los textos realistas:

Prólogo de «Pedro y Juan»

“[…] El novelista que quiere darnos una imagen exacta de la vida, debe evitar el encadenamiento excepcional de los hechos. Él no pretende contarnos una historia. No desea alegrarnos o entristecernos, sino hacernos pensar, hacernos comprender el sentido oculto de los hechos. Es un pensador que ve las cosas y las acciones del mundo a través de su propia imaginación, como resultado de sus observaciones y reflexiones. Y es esta visión tan personal del mundo la que trata de inocularnos por medio de su libro. Él se ha conmovido con el espectáculo de esa vida vista por él, y para conmovernos a nosotros la reproduce con escrupulosa fidelidad”.

Respondan las siguientes consignas:

a) ¿Qué interés puede despertar para un lector la novela realista?
b) ¿Cuál es la imagen que ofrece Maupassant del escritor realista?

Actividad 2

Lean el siguiente extracto de «El sentido de lo real» de Émile Zola:

El más hermoso elogio que en otro tiempo se podía hacer de un novelista era decir: “Tiene imaginación”. En la actualidad, este elogio sería considerado casi como una crítica. Ocurre que todas las condiciones de la novela han cambiado. La imaginación ya no es la mayor cualidad del novelista.
Autores como Alexandre Dumas o Victor Hugo tenían imaginación, imaginaron personajes y fábulas del más vivo interés. Pero nadie se ha decidido en conceder imaginación a Balzac y a Stendhal. Se ha hablado de sus poderosas facultades de observación y de análisis; son grandes porque han pintado su época y no porque hayan inventado cuentos. Ellos son los autores de esta evolución, a partir de sus obras la imaginación ha dejado de contar en la novela. Vean a nuestros grandes novelistas contemporáneos, Gustave Flaubert o Alphonse Daudet: su talento no reside en lo que imaginan sino en que presentan a la naturaleza con intensidad.
Insisto sobre la decadencia de la imaginación porque en ella veo la característica de la novela moderna. Mientras la novela fue una recreación del espíritu, una diversión a la que no se le pedía más que gracia e inspiración, se comprende que la gran cualidad fuera ante todo una invención abundante.

Uno de nuestros novelistas naturalistas quiere escribir una novela sobre el mundo teatral. Parte de esta idea general sin tener todavía ni un hecho ni un personaje. Su primer trabajo consistirá en recoger en sus notas todo lo que pueda saber sobre este mundo que quiere describir. Ha conocido tal actor, ha asistido a tal representación. He aquí ya unos documentos, los mejores, los que han madurado en él. Después se pondrá en campaña, hará hablar a los hombres mejor informados en la materia, coleccionará las palabras, las historias, los retratos. Y esto no es todo: a continuación se dedicará a los documentos escritos, leerá todo lo que pueda serle útil. Por último, visitará los lugares, vivirá algunos días en un teatro para conocer todos sus rincones, pasará sus veladas en un camerino de actriz, se impregnará todo lo posible del medio ambiente. Y, una vez completados los documentos, su novela se ordenará por sí misma. El novelista sólo tendrá que distribuir lógicamente los hechos. De todo cuanto ha oído se desprenderá el trozo de drama, la historia que necesita para levantar el armazón de sus capítulos. El interés ya no reside en la rareza de esta historia; por el contrario, cuanto más banal sea y cuanto más general, tanto más típica resultará. Hacer mover a unos personajes reales en un medio real, dar al lector un fragmento de la vida humana: en esto consiste toda la novela naturalista.
Puesto que la imaginación ya no es la más importante cualidad del novelista, ¿por qué cosa ha sido reemplazada? Siempre se necesita una cualidad principal. En la actualidad, la cualidad principal del novelista es el sentido de lo real. Y aquí es donde quería llegar.
El sentido de lo real consiste en sentir la naturaleza y en hacerla tal cual es. En principio, parece que todo el mundo tiene dos ojos para ver y que nada debe ser más común que el sentido de lo real. Y no obstante, nada es más raro. Los pintores lo saben muy bien. Si ponemos a ciertos pintores delante de la naturaleza, cada uno la captará con un color dominante; uno la verá en amarillo, otro en violeta, un tercero en verde. Se producen los mismos fenómenos cuando se trata de formas; uno redondea los objetos, otro multiplica los ángulos. Cada ojo tiene una visión particular. Y hay ojos que no ven absolutamente nada.

a) Según este escritor, ¿cuál es la cualidad que antes se valoraba en los novelistas? ¿Por qué ya no es importante?
b) ¿Qué características o cualidades sí debería tener un novelista?
c) Al igual que Guy de Maupaussant, ¿qué destaca Émile Zola de la novela realista? ¿Cómo debería ser la misma?
d) Expliquen, con sus propias palabras, cómo explica la singularidad o rareza de lo que él denomina «el sentido de lo real» (revisen el último párrafo para esto).

Actividad 3

Pobres gentes
León Tolstoi

En una choza, Juana, la mujer del pescador, se halla sentada junto a la ventana, remendando una vela vieja. Afuera aúlla el viento y las olas rugen, rompiéndose en la costa… La noche es fría y oscura, y el mar está tempestuoso; pero en la choza de los pescadores el ambiente es templado y acogedor. El suelo de tierra apisonada está cuidadosamente barrido; la estufa sigue encendida todavía; y los cacharros relucen, en el vasar. En la cama, tras de una cortina blanca, duermen cinco niños, arrullados por el bramido del mar agitado. El marido de Juana ha salido por la mañana, en su barca; y no ha vuelto todavía. La mujer oye el rugido de las olas y el aullar del viento, y tiene miedo.
Con un ronco sonido, el viejo reloj de madera ha dado las diez, las once… Juana se sume en reflexiones. Su marido no se preocupa de sí mismo, sale a pescar con frío y tempestad. Ella trabaja desde la mañana a la noche. ¿Y cuál es el resultado?, apenas les llega para comer. Los niños no tienen qué ponerse en los pies: tanto en invierno como en verano, corren descalzos; no les alcanza para comer pan de trigo; y aún tienen que dar gracias a Dios de que no les falte el de centeno. La base de su alimentación es el pescado. “Gracias a Dios, los niños están sanos. No puedo quejarme”, piensa Juana; y vuelve a prestar atención a la tempestad. “¿Dónde estará ahora? ¡Dios mío! Protégelo y ten piedad de él”, dice, persignándose.
Aún es temprano para acostarse. Juana se pone en pie; se echa un grueso pañuelo por la cabeza, enciende una linterna y sale; quiere ver si ha amainado el mar, si se despeja el cielo, si hay luz en el faro y si aparece la barca de su marido. Pero no se ve nada. El viento le arranca el pañuelo y lanza un objeto contra la puerta de la choza de al lado; Juana recuerda que la víspera había querido visitar a la vecina enferma. “No tiene quien la cuide”, piensa, mientras llama a la puerta. Escucha… Nadie contesta.
“A lo mejor le ha pasado algo”, piensa Juana; y empuja la puerta, que se abre de par en par. Juana entra.
En la choza reinan el frío y la humedad. Juana alza la linterna para ver dónde está la enferma. Lo primero que aparece ante su vista es la cama, que está frente a la puerta. La vecina yace boca arriba, con la inmovilidad de los muertos. Juana acerca la linterna. Sí, es ella. Tiene la cabeza echada hacia atrás; su rostro lívido muestra la inmovilidad de la muerte. Su pálida mano, sin vida, como si la hubiese extendido para buscar algo, se ha resbalado del colchón de paja, y cuelga en el vacío. Un poco más lejos, al lado de la difunta, dos niños, de caras regordetas y rubios cabellos rizados, duermen en una camita acurrucados y cubiertos con un vestido viejo.
Se ve que la madre, al morir, les ha envuelto las piernecitas en su mantón y les ha echado por encima su vestido. La respiración de los niños es tranquila, uniforme; duermen con un sueño dulce y profundo.
Juana coge la cuna con los niños; y, cubriéndolos con su mantón, se los lleva a su casa. El corazón le late con violencia; ni ella misma sabe por qué hace esto; lo único que le consta es que no puede proceder de otra manera.
Una vez en su choza, instala a los niños dormidos en la cama, junto a los suyos; y echa la cortina. Está pálida e inquieta. Es como si le remordiera la conciencia. “¿Qué me dirá? Como si le dieran pocos desvelos nuestros cinco niños… ¿Es él? No, no… ¿Para qué los habré cogido? Me pegará. Me lo tengo merecido… Ahí viene… ¡No! Menos mal…”
La puerta chirría, como si alguien entrase. Juana se estremece y se pone en pie.
“No. No es nadie. ¡Señor! ¿Por qué habré hecho eso? ¿Cómo lo voy a mirar a la cara ahora?” Y Juana permanece largo rato sentada junto a la cama, sumida en reflexiones.
La lluvia ha cesado; el cielo se ha despejado; pero el viento sigue azotando y el mar ruge, lo mismo que antes.
De pronto, la puerta se abre de par en par. Irrumpe en la choza una ráfaga de frío aire marino; y un hombre, alto y moreno, entra, arrastrando tras de sí unas redes rotas, empapadas de agua.
-¡Ya estoy aquí, Juana! -exclama.
-¡Ah! ¿Eres tú? -replica la mujer; y se interrumpe, sin atreverse a levantar la vista.
-¡Vaya nochecita!
-Es verdad. ¡Qué tiempo tan espantoso! ¿Qué tal se te ha dado la pesca?
-Es horrible, no he pescado nada. Lo único que he sacado en limpio ha sido destrozar las redes. Esto es horrible, horrible… No puedes imaginarte el tiempo que ha hecho. No recuerdo una noche igual en toda mi vida. No hablemos de pescar; doy gracias a Dios por haber podido volver a casa. Y tú, ¿qué has hecho sin mí?
Después de decir esto, el pescador arrastra las redes tras de sí por la habitación; y se sienta junto a la estufa.
-¿Yo? -exclama Juana, palideciendo-. Pues nada de particular. Ha hecho un viento tan fuerte que me daba miedo. Estaba preocupada por ti.
-Sí, sí -masculla el hombre-. Hace un tiempo de mil demonios, pero… ¿qué podemos hacer?
Ambos guardan silencio.
-¿Sabes que nuestra vecina Simona ha muerto?
-¿Qué me dices?
-No sé cuándo; me figuro que ayer. Su muerte ha debido ser triste. Seguramente se le desgarraba el corazón al ver a sus hijos. Tiene dos niños muy pequeños… Uno ni siquiera sabe hablar y el otro empieza a andar a gatas…
Juana calla. El pescador frunce el ceño; su rostro adquiere una expresión seria y preocupada.
-¡Vaya situación! -exclama, rascándose la nuca-. Pero, ¡qué le hemos de hacer! No tenemos más remedio que traerlos aquí. Porque si no, ¿qué van a hacer solos con la difunta? Ya saldremos adelante como sea. Anda, corre a traerlos.
Juana no se mueve.
-¿Qué te pasa? ¿No quieres? ¿Qué te pasa, Juana?
-Ya están aquí -replica la mujer descorriendo la cortina.

Actividades

1. ¿A qué clase social pertenecen los personajes del cuento? Busca al menos tres citas textuales para justificarlo.
2. Según tu opinión, ¿solamente existe la pobreza de dinero? Explica.
3. El título que el autor eligió para este relato, ¿a qué se refiere?
4. ¿Se puede decir que la familia protagonista es rica y afortunada?
5. ¿Qué otro título le hubieses puesto al relato? ¿Por qué?
6. ¿Qué temores tenía la mujer al decidir llevar a los chicos a su casa?
7. ¿Por qué crees que a pesar de hacer una buena obra, la mujer siente vergüenza y no se atreve a mirar a la cara a su marido?
8. La mujer, ¿esperaba la reacción que tuvo su marido? ¿Y vos?
9. ¿Qué cualidades puedes mencionar de la mujer y su marido? ¿Son cualidades que se puede encontrar en todas las personas?
10. ¿Qué características del realismo puedes encontrar en el texto?

Quizás también te interese leer…

0 comentarios

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Por razones obvias, no enviamos las respuestas de las actividades.