Una casita en el campo

Lee atentamente el siguiente relato:

 

Una casita en el campo
Émile Zola

La tienda del sombrerero Gobichon está pintada de color amarillo claro; es una especie de pasillo oscuro, guarnecido a derecha e izquierda por estanterías que exhalan un vago olor a moho; al fondo, en una oscuridad y un silencio solemnes, se encuentra el mostrador. La luz del día y el ruido de la vida se niegan a entrar en aquel sepulcro.
La villa del sombrerero Gobichon, situada en Arcueil, es una casa de una sola planta, plana, construida en yeso; delante de la vivienda hay un estrecho huerto cercado por una pared baja. En medio se encuentra un estanque que no ha contenido agua jamás; por aquí y por allá se yerguen algunos árboles tísicos que no han tenido nunca hojas. La casa es de un blanco crudo, el huerto es de gris sucio. El Bièvre1 corre a cincuenta pasos arrastrando hedores; en el horizonte se ven buhedos2, escombros, campos devastados, canteras abiertas y abandonadas, todo un paisaje de desolación y miseria.
Desde hace tres años, Gobichon tiene la inefable felicidad de cambiar cada domingo la oscuridad de su tienda por el sol ardiente de su casita rural, el aire del desagüe de su calle por el aire nauseabundo del Bièvre.
Durante treinta años había acariciado el insensato sueño de vivir en el campo, de poseer tierras en las que construir el castillo de sus sueños. Lo sacrificó todo para hacer realidad su capricho de gran señor; se impuso las más duras privaciones; lo vieron a lo largo de treinta años, privarse de un polvo de tabaco o una taza de café, acumulando una perra gorda3 tras otra. Hoy ya ha colmado su pasión. Vive un día de cada siete en intimidad con el polvo y los guijarros. Podrá morir contento.
Cada sábado, la salida es solemne. Cuando el tiempo es bueno, se hace el trayecto a pie, así se goza de las bellezas de la naturaleza. La tienda queda al cuidado de un viejo dependiente encargado de decir al cliente que se presente: «El señor y la señora están en su villa de Arcueil».
El señor y la señora, equipados como para ir a la guerra, cargados de cestos, van a buscar al internado al joven Gobichon, un chaval de unos doce años, que ve con terror cómo sus padres se dirigen hacia el Bièvre. Y durante el trayecto, el padre, grave y feliz, trata de inspirarle a su hijo el amor por el campo disertando acerca de las coles y los nabos.
Llegan y se acuestan. Al día siguiente, desde el alba, Gobichon se pone su ropa de campesino; está firmemente decidido a cultivar sus tierras; cava, azadonea4, planta, siembra durante todo el día. No crece nada; el suelo, formado de arena y cascotes, se niega a producir cualquier tipo de vegetación. No por ello deja el rudo trabajador de secarse con satisfacción el sudor que inunda su rostro. Mirando los hoyos que acaba de abrir, se detiene orgulloso y llama a su mujer:
-¡Señora Gobichon, venga a ver esto! -grita-. ¡Mire qué hoyos! ¡Éstos si son profundos!
La buena mujer se queda extasiada mirando la profundidad de los hoyos. El año pasado, por un extraño e inexplicable fenómeno, una lechuga, una lechuga romana alta como la mano, roída y de un amarillo sucio, tuvo el singular capricho de crecer en un rincón del huerto. Gobichon invitó a treinta personas a cenar para celebrar aquella lechuga.
Pasa la jornada entera al sol, cegado por la luz intensa, asfixiado por el polvo. A su lado se encuentra su esposa que lleva la abnegación hasta el sofoco. El joven Gobichon busca desesperadamente los delgados hilillos de sombra que forman los muros.
Por la tarde, toda la familia se sienta junto al estanque vacío y goza en paz de los encantos de la naturaleza. Las fábricas de los alrededores lanzan una negra humareda; las locomotoras pasan silbando, llevando toda una masa endomingada y ruidosa; los horizontes se extienden, devastados, más tristes aún por el eco de esas carcajadas que regresan a París para una larga semana. Y, mezclados con la fetidez del Bièvre, los olores de fritura y de polvo pasan por el aire pesado.
Gobichon, enternecido, contempla religiosamente cómo surge la luna entre dos chimeneas.

Glosario

1. Bièvre: es un corto río de Francia, afluente del río Sena y que discurre por la región de Isla de Francia
2. Buhedo: Bodón. Charca o laguna invernal que se seca en verano.
3. Perra gorda: era el nombre coloquial con el que se denominaba a la moneda española de 10 céntimos de peseta. Este nombre fue dado en alusión al extraño león que aparecía en el reverso, asimismo, se le llamaba perra chica a la moneda de iguales motivos en anverso y reverso con la mitad de peso, tamaño y valor.
4. Azadonear: cavar, remover, ahondar, horadar y excavar empleando con una herramienta agrícola denominada azadón.

 

Actividades

1. ¿Cuáles son y cómo son descriptos los dos lugares en los que transcurre la vida de Gobichon?
2. Según lo que pudiste observar, responde:

a) ¿A qué se debe el orgullo y la felicidad que siente Gobichon por su casa de campo? Explica.
b) Su esposa e hijo, ¿comparten los mismos sentimientos que él?
c) Si fueras el propietario de la casita, ¿sentirías el mismo optimismo que Gobichon?
d) ¿Se puede decir que el relato es una crítica “al progreso del hombre” mediante la industrialización y su desidia con el medio ambiente? Explica.

3. De la siguiente lista de temas, elige el que más se adecue al relato:

__ La humildad.
__ El progreso.
__ El esfuerzo y sacrificio en pos de lograr un sueño.
__ El optimismo.
__ El afán de aparentar más de lo que se tiene.
__ El amor a la naturaleza.
__ La perseverancia.
__ El trabajo duro.
__ La familia.
__ La unión familiar.
__ El conformismo.
__ La locura.
__ Ninguno de los anteriores, para mí el tema es ………….. porque ……………….

4. ¿Qué enseñanza se puede sacar del relato?
5. Este es un cuento realista, ¿por qué?

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