Lee atentamente el siguiente relato:
Caperucita en Manhattan
Martín Gaite, Carmen
Cuando oscurecía y empezaban a encenderse los letreros luminosos en lo alto de los edificios, se veía pasear por las calles y plazas de Manhattan a una mujer muy vieja, vestida de harapos y cubierta con un sombrero de grandes alas que le tapaba casi enteramente el rostro. La cabellera, muy abundante y blanca como la nieve, le colgaba por la espalda, unas veces flotando al aire y otras recogida en una gruesa trenza que le llegaba a la cintura. Arrastraba un cochecito de niño vacío. Era un modelo antiquísimo, de gran tamaño, ruedas muy altas y la capota bastante deteriorada. En los anticuarios y almonedas de la calle 90, que solía frecuentar, le habían ofrecido hasta quinientos dólares por él, pero nunca quiso venderlo.
Sabía leer el porvenir en la palma de la mano, siempre llevaba en la faltriquera frasquitos con ungüentos que servía para aliviar dolores diversos, y merodeaba indefectiblemente por los lugares donde estaban a punto de producirse incendios, suicidios, derrumbamientos de paredes, accidentes de coche o peleas. Lo cual quiere decir que se recorría Manhattan a unas velocidades impropias de su edad. Incluso había quienes aseguraban haberla visto la misma noche a la misma hora circulando por barrios tan distantes como el Bronx o el Village, y metida en el escenario de dos conflictos diferentes, como alguna vez quedó acreditado en fotos de prensa. Y entonces no cabía duda.
Porque si salía retratada, aunque fuera en segundo término y con la imagen desenfocada, su peculiar aspecto hacía imposible que nadie pudiera confundirla con otra mendiga cualquiera. Era ella, seguro, era la famosa miss Lunatic. Por ese apodo se la conocía desde hacía mucho tiempo, y sus extravagancias la habían hecho alcanzar una popularidad rayana en la leyenda.
No tenía documentación que acreditase su existencia real, ni tampoco familia ni residencia conocidas. Solía ir cantando canciones antiguas, con aire de balada o de nana cuando iba ensimismada, himnos heroicos cuando necesitaba caminar aprisa. Tan pronto se detenía ante los escaparates lujosos de la Quinta Avenida, como se entretenía revolviendo en los vertederos de basura de la periferia con su bastón con puño dorado que representaba un águila bicéfala.
Cuando encontraba algún mueble o cachivache en buen estado de conservación, lo cargaba en su cochecito y lo transportaba a alguna almoneda de aquellas donde la conocían. Y todo lo que pedía a cambio era un plato de sopa caliente.
[…]
La gente la quería sobre todo porque no caía en ese defecto, tan corriente en los viejos, de enrollarse a hablar sin ton ni son, venga o no venga a cuento y aunque la persona que los está oyendo tenga prisa o se aburra. Ella miraba mucho con quién estaba hablando. A veces podía ser bastante charlatana, pero sus historias no se las contaba al primero que aparecía. Prefería esperar a que se las pidieran, y en general le gustaba más escuchar que ser escuchada. Decía que con eso se adquiere experiencia.
-¿Y para qué quiere usted más experiencia de la que tiene, miss Lunatic? – le preguntaban algunos-. ¿No lo sabe ya todo?
Ella se encogía de hombros.
-De la gente no. La gente siempre está cambiando. Y cada persona es un mundo -contestaba-. A mí me encanta que me cuenten cosas.
Hablaba con los vendedores ambulantes de bisutería y de perritos calientes, africanos, indios, portorriqueños, árabes, chinos, con los viajeros extraviados por los largos pasillos del metro o por los andenes de Penn Station entre confusas consignas de altavoces, con los porteros de los hoteles, con los patinadores, con los borrachos, con los cocheros de caballos que tienen su parada en el costado sur de central Park. […] Y aquellas historias acompañaban luego a miss Lunatic, cuando volvía a caminar sola; se le quedaban durante un trecho enredadas a sus harapos como serpentinas de oro que nimbasen su figura, impidiéndola borrarse en el olvido.
También se dedicaba a recoger gatos sin dueño y a tratar de establecer contacto con familias acomodadas para que los adoptasen. Nadie entendía cómo conseguía estos contactos, con lo desconfiada que es la gente en Nueva York, pero lo cierto es que no era raro encontrarla a la salida del Hotel Plaza o de alguna joyería de Lexington Avenue, hablando con gente lujosamente vestida. […]
Pero las zonas que frecuentaba de forma más asidua eran las habitadas por gente marginal, y su vocación preferida, la de tratar de inyectar fe a los desesperados, ayudarles a encontrar la raíz de su malestar y a hacer las paces con sus enemigos. Lograba pocos resultados, pero no se desanimaba, y eso que la insultaron muchas veces por meterse donde nadie la había llamado, y llegaron a echarla a patadas de un local de Harlem, por defender a un negro al que estaban atacando otros cuatro, mucho más robustos. […]
Si le preguntaban dónde vivía, contestaba que de día dentro de la estatua de la Libertad, en estado de letargo, y de noche, pues por allí, en el barrio donde estuviera cuando se lo estaban preguntando. Haciendo compañía a los solitarios como ella, a todos los que pululan por los garitos de mala vida y duermen en bancos públicos, casas en ruina y pasos subterráneos.
Confesaba tener ciento setenta y cinco años, y caso de no ser verdad, habría que admirarla cuando menos por su conocimiento de la Historia Universal a partir de la muerte de Napoleón, y por la familiaridad con que hablaba de artistas y políticos del siglo XIX […]. Había gente que se reía de ella, pero en general se le tenía respeto, no sólo porque no hacía daño a nadie, era discreta y se explicaba con gran propiedad –siempre con un leve acento francés-, sino porque, a pesar de sus ropas de mendiga, conservaba en la forma de moverse y de caminar con la cabeza erguida un aire de altivez e independencia que cerraba el paso tanto al menosprecio como a la compasión. […]
Un veterano comisario del distrito de Harlem, fascinado por la valentía de miss Lunatic, […] la mandó llamar una tarde de invierno para proponerle un trato.
Se le asignaría una suma importante de dinero, si se prestaba a colaborar como confidente de la Policía. Ella se indignó. […] Ni que estuviera loca. Y en cuanto al dinero, muchas gracias, pero no la tentaba.
-¿Para qué necesito yo el dinero, míster O´ Connor? […]
– Para asegurarse la vejez- dijo.
Miss Lunatic se echó a reír.
-Perdone, señor, pero llegué a Manhattan en 1885- dijo -. ¿No le parece que he dado pruebas suficientes de saber asegurarme yo sola la vejez? […]
-¿En 1885? ¿El mismo año que trajeron aquí la estatua de la Libertad?- preguntó.
En los labios de miss Lunatic se dibujó una sonrisa de nostalgia.
-Exactamente, señor. Pero le ruego que no me someta a ningún interrogatorio.
-Solamente contésteme a una cosa –dijo él-. He oído decir que no tiene usted ingresos conocidos. Y que tampoco pide limosna […] ¿Es que no le interesa el dinero? […]
-[El] dinero son viles papeluchos arrugados. Yo cuando tengo alguno, estoy deseando soltarlo.
-Todo lo papeluchos que usted quiera – interrumpió el comisario-, pero hacen falta para vivir.
-Eso suele decirse, sí. Para vivir… Pero ¿a qué llaman vivir? Para mí vivir es no tener prisa, contemplar las cosas, prestar oído a las cuitas ajenas, sentir curiosidad y compasión, no decir mentiras, compartir con los vivos un vaso de vino o un trozo de pan, […] no permitir que nos humillen o nos engañen, […]. Vivir es saber estar solo para aprender a estar en compañía, y vivir es explicarse y llorar… y vivir es reírse…. He conocido a mucha gente […que], en nombre de ganar dinero para vivir, se lo toman tan en serio que se olvidan de vivir.
GLOSARIO DE TÉRMINOS:
Almonedas: Lugares de venta de objetos a bajo precio.
Faltriquera: Bolsillo que se lleva a la cintura en las prendas de vestir.
Ungüentos: Perfumes y cremas.
Cachivache: Utensilios inútiles.
Letargo: Estado de somnolencia.
Cuitas: Penas, preocupaciones.
Erguida: Recta, derecha.
PREGUNTAS SOBRE EL TEXTO:
1. Resume en 5 ó 6 líneas el contenido del texto.
2. ¿Qué relación encuentras entre el Título del relato y Caperucita Roja? ¿Qué similitudes puede establecerse entre ambos personajes?
3. Describe lo más detalladamente que puedas a la protagonista del relato, Miss Lunatic.
4. ¿Crees que era merecedora del nombre miss Lunatic? ¿Por qué?
5. ¿Qué características sobrenaturales le eran atribuidas a este peculiar personaje? ¿Qué razones existen para creer que son verdaderas?
6. ¿Te parece posible que tenga 175 años como ella decía?
7. ¿Qué quiere decir que (las historias) “se le quedaban durante un trecho enredadas a sus harapos como serpentinas de oro que nimbasen su figura”?
8. ¿Qué razones da miss Lunatic para rechazar el ofrecimiento de míster O´Connor?
9. ¿Qué era para ella “vivir”? ¿Estás de acuerdo con ella?
10. Según lo que vimos, ¿este cuento es realista o fantástico? Fundamenta tu respuesta y di por qué no elegiste la otra alternativa.
11. Explica con tus propias palabras el significado de :
“a pesar de sus ropas de mendiga, conservaba en la forma de moverse y de caminar con la cabeza erguida un aire de altivez e independencia”.
“He conocido a mucha gente […que] en nombre de ganar dinero para vivir, se lo toman tan en serio que se olvidan de vivir”.
12. Analiza las palabras subrayadas en el siguiente texto:
Arrastraba un cochecito de niño vacío. Le habían ofrecido hasta quinientos dólares por él. Era un modelo antiquísimo.
13. Analiza las formas verbales subrayadas (indica la persona, número, tiempo, modo, voz y señala los infinitivos):
Le habían ofrecido hasta quinientos dólares, pero nunca quiso venderlo. Las zonas que frecuentaba eran las habitadas por gente marginal y su vocación, inyectar fe a los desesperados.
14. Realiza el análisis sintáctico de las siguientes oraciones:
- La cabellera blanca le colgaba por la espalda.
- Miss Lunatic siempre llevaba en la faltriquera frasquitos con ungüentos.
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